viernes, 30 de abril de 2010

Las viudas de los jueves

Del grupo de jóvenes burgueses autorecluidos en una urbanización de lujo apenas se salva una familia gracias a que cultiva buenos sentimientos. En el pensamiento progre, la culpa -varios personajes acuden a ese adiposo concepto con frecuencia- la tienen en primer lugar las abstracciones -el neoliberalismo, es la que mayor éxito tiene en estos tiempos- y luego aquellos individuos que han tenido éxito gracias al sistema. Nunca se habla de los efectos de la gestión política de partidos populistas, ineficaces y corruptos, como es el caso de la reciente realidad argentina.

La película, Las viudas de los jueves, quiere hablar de los años del corralito. Un grupo de familias jóvenes vive en una urbanización exclusiva, como se dice, donde alardean de sus capacidades para exprimir las ubres del capitalismo, aún a costa de las miserias de otros hombres. Jóvenes, ricos, guapos. Casas modernas, amplias, tentadoras. Piscinas enormes, fiestas y celebraciones gigantes, ostentación. Alguna vez la cámara alza el vuelo para mostrarnos qué hay detrás de la valla y la seguridad de la urbanización: miseria, protestas, la durísima vida de los argentinos que no tienen nada, piqueteros. Pero los guionistas -la peli está basada en una novela- empieza a escarbar en la miserable vida interior de toda esa gente: la falta de cariño -otra vez el tópico aquel de los ricos también lloran-, la enfermedad, la incapacidad para educar a sus hijos, la incomunicación, la violencia familiar, el machismo. Para esta gente, no para los personajes de la peli, para novelista, guionistas y actores la pobreza es un rumor, que les llega desde la pantalla del televisor o desde el otro lado del muro. Su lucha por la justicia y la igualdad tiene como referente la humanidad, no los individuos concretos, feos, ruines, torpes,  bobos, sucios, que están en paro y que hacen lo que sea para poder llevar algo a casa para dar de comer a su familia. La democracia, la igualdad, la libertad serán conceptos vacíos hasta que esos seres en cuyo nombre tantos han hablado -la Iglesia y la derecha, el Socialismo y la izquierda- adquiridos los medios -las nuevas tecnologías hacen mucho por su causa-, empiecen a hablar y a luchar por su cuenta. Entonces películas como esta yacerán sobre siete capas de polvo.

Tiene similitudes con El bosque, pero mientas en la parábola de Shyamalan el significado queda abierto a las capacidades y voluntad del espectador, en esta peli de Marcelo Piñeyro no hay posibilidad de debate, es un discurso moral cerrado, ante el que sólo cabe el sí bwana o el cabreo por tamaña tomadura de pelo. Por no hablar de sus fallos técnicos, de racord, de montaje, de la mala utilización del flash back.
Desde mi punto de vista es una peli inmoral, que busca espantajos culpables para explicar una situación histórica que ha dejado a millones de argentinos en la miseria. En ningún momento va hacia las raíces del desastre: un sistema de partidos corrupto, una forma de organizar la sociedad bajo el peronismo que con la retórica populista progre imantó a la población mientras la expoliaba.

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