miércoles, 7 de abril de 2010

El burgués que se hizo socialista por "imperativo ético"


En los últimos años se han escrito y publicado un montón de biografías y autobiografías acerca de los hijos de la burguesía catalana de parecido tenor. Lo mucho que fueron perseguidos por el franquismo, su lucha en la semiclandestinidad -la clandestinidad era un imposible ontológico para ellos-, las penas que el franquismo les infligió, unos meses, unas semanas, unas horas de cárcel, que les catapultaron hacia el compromiso con el pueblo y la nación catalana. Algo así como,
la creciente "necesidad de asumir responsabilidades para con mi colectividad"
Todos esos escritos están llenos de mentiras, como ocurre con la mayoría de los libros de historia, en los que raramente se cede la palabra a los que la han padecido como no sea para corroborar la versión de los poderosos. Quieren fijar la historia, de modo que no les basta con el dominio y disfrute del poder en estas últimas décadas, sino aparecer en la posterioridad como constructores de países, enderezadores de injusticias y vencedores morales frente al malvado dragón.

Durante la reciente historia han estado en el puente de mando bajo todos los colores, sus abuelos fueron monárquicos y republicanos, sus padres franquistas rectos o torcidos, azulados primero, blanqueados después, del sector negocios o del sector mudo, y en la democracia han copado todo el frente político. Organizaron los partidos burgueses catalanes -que son todos los partidos- y mediante una hábil operación, con la excusa de situar los derechos nacionales al mismo nivel que los individuales, arrebataron a los delegados obreros el mando de la sección catalana del PSOE y crearon el PSC, con lo que durante todos estos años han recogido el voto de quienes votaban PSOE para usarlo en su propio beneficio, es decir, el de la burguesía catalana de siempre.

Aparece ahora una de esas biografías. El periodista, que forma parte de la única clase que forman periodistas, políticos y empresarios, la presenta de tal forma, que es imposible acercarse al libro sin un estómago de hierro, que yo no tengo. Así que será otro libro que no leeré por prescripción facultativa. Describe al hombre Raventós y su circunstancia con estas líneas, un ditirambo:
Su abuelo Jaume Carner había sido ministro de Hacienda y su padre, Manuel Reventós, director general de Comercio y Aranceles durante la Segunda República. Estaba, pues, entre los perdedores y la dictadura abrió contra su familia un expediente de responsabilidades políticas. Luego, como estudiante en el colegio de los jesuitas de Sarrià percibió la injusticia de la discriminación clasista sufrida por los alumnos becados, que recibían el nombre de fámulos, llevaban batas de color distinto y estaban obligados a servir las comidas a los demás alumnos.
Todo eso mientras oleadas de inmigrantes hambrientos eran confinados por la Guardia Civil en el estadio de Monjuich a medida que llegaban del centro y del sur de España, en el más absoluto silencio, desprovistos de cualquier derecho, a priori y a posteriori, incluido el de poder contarlo, y con la obligación de estar eternamente agradecidos a la burguesía catalana por sacarles del hambre, antes de ser puestos a trabajar en las bodegas o fábricas de gente como este Raventós, que más tarde habría de entregarse al servicio del país.

Es gracioso, es decir, vomitivo, leer cómo el periodista cuenta que cuenta Raventós, que por "imperativo ético"
ingresó al final en el MSC y como éste le puso en contacto con su principal dirigente clandestino en Barcelona, Ramon Porqueras, "en un piso oscuro, frío, áspero, del barrio viejo". En 1953 ingresó en la dirección. En 1958 fue detenido, con la casi totalidad de la organización.
Igualmente vomitivo es este batiburrillo, que el periodista presenta como credo de "convicciones radicales" que meneó al hombre en dirección al "imperativo ético":
"La igualdad del género humano; la consciencia de la persona como sujeto de derechos y deberes; la identidad nacional de mi pueblo y mi país, Cataluña; la democracia, basada en las libertades individuales y nacionales, como mejor sistema político". Y, junto con estas convicciones, la creciente "necesidad de asumir responsabilidades para con mi colectividad".

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