lunes, 15 de marzo de 2010

Providence aka PVD aka "Sara tenía un cuerpo antológico"

Álex Franco, un cineasta español, conoce en el Festival de Cannes a una misteriosa mujer, Delphine, que le propone realizar una nueva película... También esta vez he necesitado de la dinámica del viaje -varios- para leer esta novela. Y me ha sorprendido, ya en la estática de la mesa camilla, la unanimidad de los críticos al situarla por encima del humano juicio -por las nubes. Sospecho que tienen dos razones inconfesables: toman al autor por uno de los suyos -en la solapa se lee que es escritor, crítico literario, doctor en Filología Hispánica y profesor-investigador de la universidad de Brawn. La segunda, que no la han leído -hay quien se conforma con analizar la imagen de portada-, salvo alguna excepción.
Obligado por las alabanzas de Jordi Costa he asumido el reto. He de confesar dos cosas: me he sumergido en un océano de aburrimiento y afirmo que el autor no alcanza su objetivo, que la novela sea inolvidable, que despeje caminos hacia la forma literaria del siglo XXI, como quiere el crítico Costa, que describa mejor la nueva sociedad que otros autores. Los amigos críticos del autor protestan de que no se llevara el premio Herralde; yo protesto de que quedara finalista.

La razón primera del fracaso del autor se debe a sus prejuicios. No se puede construir una novela haciendo que gire en torno a los principios, cuando sabemos por Groucho Marx que son intercambiables por los que tenemos debajo de la mesa. El autor no se rebaja a tratar con la humana condición: imperfecciones, angustia, dudas, infelicidad, traiciones, llanto, arrepentimiento y culpa. En este libro las frases caminan sobre raíles, sin desviarse un ápice. Prefiere un mundo de estereotipos, de personajes bidimensionales, de dualismo moral. Sólo hay ideas, sobre el mundo, sobre las cosas, y todas ellas falsas. El crítico amigo diría que estoy ciego, que es propósito del autor jugar con el pastiche, que los personajes-máscara, que las paráfrasis, que las comparaciones fáciles, que los clichés, que los plagios, que sus técnicas son las del fanzine, las de los géneros cinematográficos, literarios o de los seriales televisivos, ya sean el thriller político o el de espías, el porno o la comedia, el drama psicodélico o la ciencia-ficción. Y si añadimos la cosa del videojuego y los términos de la nueva cacharrería tecnológica -aunque me da que su conocimiento del tema es somero- tenemos una novela rompedora, el alba de la literatura española del XXI. Totalmente insuficiente, diría yo, para justificar sus frases hueras, la profusión, la logomaquia, la paráfrasis, la desmesura de sus párrafos-secuencias. En todo caso, no consigue, aunque lo pretenda, cabalgar como un nuevo Cervantes sobre los libros de caballerías. Las enumeraciones, la suma de nombres -cineastas, escritores, actores, mujeres con las que se acuesta el protagonista, cachivaches- no hacen la cosa. A medio camino entre La invención de Morel y el Matrix de los hermanos Wachowski, Providence es un globo tan hinchado que no hay rastro de la concisión literaria y el ingenio de Bioy Casares o de la diversión que proporcionan los ex carpinteros de Chicago, que serán simples pero no aburridos.

Tampoco sirven los variados escenarios internacionales, salpicados de tomas y temas, de subniveles y exégesis, de insertos y demás -la estructura con toda la parafernalia del guión de cine es una tomadura de pelo; ni los juegos de palabras, ni las claves que requieren entendimiento, ni la pintura del prota, un tipo confeccionado al estilo Goytisolo, puro y asqueado del mundo corrupto, del que, sin embargo recibe encargos y premios, asiste a sus cócteles y universidades y con cuyas mujeres folla sin sosiego -250 páginas seguidas de porno en una novela de 600. Un mundo cuyas miserias y duplicidades hay que destruir -con rascacielos incendiados y su gente dentro -"¿Inocentes?, no hay inocentes en este mundo, ni siquiera los no nacidos", afirma, lo de las Torres se lo tenían merecido-, o desvelar, ahora que tenemos la tecnología a mano para hacerlo visible aquí, ahora y para siempre.

¿Y el tema? Oh, el tema. La Europa decadente y la pérfida América, esa plataforma espectral. La parte del león es la llegada del prota a los USA, un director de cine navajero, es la palabra que el narrador utiliza -a lo David Lynch y Tarantino-, es decir, debelador salvaje del sistema-, donde follará sin parar, se drogrará con pastillas azules y será humillado, apaleado y sodomizado, para descubrir la verdadera naturaleza del sistema americano, un gigantesco campo de concentración. Una visión que viene de la ficción que construyen sus prejuicios, pero que el prota y el narrador y todos los que opinan como él toman por real. Novela no del siglo XXI como dicen sus amigos críticos sino del XIX o del XVIII, emparentada con aquellos escritores escatológicos que veían en la industrialización y la tecnología el fin del mundo.

Volviendo del revés una frase del libro, termino pidiendo a los lectores: "Enciendan los televisores, convénzanse, hay mucho que ver", olvídense de este tipo de literatura, tan discursiva, tan llena de adjetivos, construida con todos los tópicos del buen pensar, y miren los seriales americanos, tan divertidos, tan instructivos, el verdadero género del siglo XXI. Así cumpliremos el deseo del prota-narrador: “El sueño y el aburrimiento me vencen al anotar estas líneas sabiendo que nadie las leerá nunca”.

Del tono sintáctico, semántico y moral da cuenta este fragmento:
Al final, asqueado de la comedia publicitaria con la que pretendían maquillar el fracaso de la película, acabé llevándome a una de las maquilladoras a casa. Iba a decir que casi la secuestré de entre el almodovarianoSara" (por darle un nombre poco indicativo) era una mujer corriente, consciente de su clase y sus posibilidades, pero sexualmente atractiva, en su treintena, casada y con varios hijos. No soy un santo, nunca lo pretendí, tampoco un estafador. Estaba a mano, como suele decirse. Me acompañó en coche al apartamento de María de Molina con la vieja excusa de tomar una última copa, para qué andarse con rodeos en esto, y mostrarle algún corto juvenil de los míos, esos que me devuelven, cada vez que los veo solo o con alguien de confianza, la creencia en mi talento. No me dio tiempo, a los cinco minutos del primer trabajo que me proponía mostrarle (mi parodia de la parodia del subgénero de aeropuertos, Aterriza como puedas, que ganó un premio a principios de los noventa en un festival de provincias de cuyo nombre no podría acordarme aunque quisiera, y tampoco quiero, no me sirvió para nada), "Sara" montó un numerito sicalíptico para desnudarse frente a la pantalla de plasma que me cautivó de inmediato. (...) Como muchas mujeres de rostro sin demasiado atractivo, lo he visto a menudo, "Sara" tenía un cuerpo antológico y sabía utilizarlo con técnica impecable, en posición horizontal o vertical. Era un fenómeno de la naturaleza, esa clase admirable de mujeres que se pasan todo el día trabajando a destajo y luego todavía reservan energía sufuciente para divertirse por la noche  o hacer felices a sus afortunados acompañantes. Follamos como más me gusta, sin malentendidos ni aderezos sentimentales, turnándonos en tomar la iniciativa sobre el cuerpo del otro a fin de procurarnos la mayor cantidad de placer posible. Consumando la democracia de los cuerpos, la única verdadera, toda utopía es promiscua o no es.

1 comentario:

tu troll seguidor dijo...

no sé por qué te dejas seducir tan fácilmente por el marketing viral y demás armas de seducción a ilusos lectores como usted que son capaces de pagar 24 euros (creo que es lo que vale, los editores se han subido bien el caché en los últimos años, eh? de pasar vendiéndolos a 12 a 24 euros que psicológicamente pensamos que son 2.400 de las antiguas pesetas...) por un aburrido libro que cuenta la historia de los gemelos Franco y encima le dedicas un largo articulo...