sábado, 13 de marzo de 2010

Delibes no era el alma del castellano

Estas cosas se han dicho, con evidente exageración:
 Delibes, el inventor de Castilla.
Muere Miguel Delibes, alma del castellano.
"Era la voz austera de un país sumido en el silencio; la más alta cima de la literatura española". (ZP)
"La mejor representación del alma castellana" . (Esperanza Aguirre).
"Delibes va a estar siempre muy vivo. (González Sinde).
Gustavo Martín Garzo destaca el carácter "humano" de Delibes.
"Toda Castilla gravita en las páginas de Delibes". (García de la Concha).
"El verdadero dueño de la lengua". "Pero sus novelas no son hijas de las costumbres, exclusivamente; su observación va más hondo: conduce la historia para que se vea el alma" .(Juan Cruz).
El mejor homenaje, por supuesto, es leerlo.
Las cosas podían haber acaecido de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron así. Daniel, el Mochuelo, desde el fondo de sus once años, lamentaba el curso de los acontecimientos, aunque lo acatara como una realidad inevitable y fatal. Después de todo, que su padre aspirara a hacer de él algo más que un quesero era un hecho que honraba a su padre. Pero por lo que a él afectaba...  (El Camino).
Después de cerrar la puerta, tras la última visita, Carmen recuesta levemente la nuca en la pared hasta notar el contacto frío de su superficie y parpadea varias veces como deslumbrada. Siente la mano derecha dolorida y los labios tumefactos de tanto besar.
Y como no encuentra mejor cosa que decir, repite lo mismo que lleva diciendo desde la mañana: «Aún me parece mentira, Valen, fíjate; me es imposible hacerme a la idea». (Cinco horas con Mario).


Yo nací en Ávila, la vieja ciudad de las murallas, y creo que el silencio y el recogimiento casi místico de esta ciudad se me metieron en el alma nada más nacer. No dudo de que, aparte otras varias circunstancias, fue el clima pausado y retraído de esta ciudad el que determinó, en gran parte, la formación de mi carácter.
De mi primera niñez bien poco recuerdo. Casi puede decirse que comencé a vivir, a los diez años, en casa de don Mateo Lesmes, mi profesor. Me acuerdo perfectamente, como si lo estuviera viendo, del día que mi tutor me presentó a él... (La sombra del ciprés es alargada).