lunes, 22 de marzo de 2010

La Madre Coraje de Gerardo Vera


El carro que Madre Coraje arrastra con sus hijos por los campos de batalla tiene que ver con la idea de la guerra que Bertold Brecht quiere transmitir, en las guerras no mueren ni las padecen quienes las convocan o promueven sino la gente del pueblo. Madre Coraje para proteger a sus hijos se vuelve una cínica, sacando partido de sus trapicheos con los combatientes, ya sean católicos o protestantes, en esa aludida pero no representada guerra de los 30 años del siglo XVII, pues la gente de la calle no tiene otra moralidad que la de sobrevivir. La escenografía de Gerardo Vera es austera, un escenario casi vacío, luces opacas, humos, sombras, una gran caja que hace pequeños a los personajes que en ella se mueven. Es un montaje que gira sobre la interpretación y el movimiento, la definición de los tipos que produce la guerra. Apenas hay contacto físico entre ellos, tan sólo algunos abrazos y no muy intensos, pues lo importante es sobrevivir. Al estilo teatral de Gerardo Vera le va bien esta obra tan gestual, nada intimista, pues los personajes aparecen como islotes en un mundo inhóspito y si se acercan unos a otros es por puro egoismo, nunca por afán de solidaridad. El texto no da pie a meterte en la historia, las escenas no traban a los personajes, sino que les hacen bailar en un escenario operístico, a ello contribuye la música y el recitado de los actores que declaman más que hablan. En ese aspecto Mercè Arànega destaca por encima de todos, con una presencia de gran actriz que borra  cualquier otro personaje cuando ella se manifiesta.

Está muy bien desdibujar el contexto preciso de la guerra de los 30 años donde Brecht había situado el ir y venir de Madre Coraje, con un vestuario, música y sonidos intemporales, así como con las interpolaciones cinematográficas, el sonido de cañones y aviones, más propios del siglo XX, de la Primera Guerra Mundial en especial, pues la alegoría se refiere a cualquier guerra. Y por supuesto se mantiene el espíritu del autor cuando al espectador le están vedadas las emociones para que mejor reflexione y no se identifique con el dolor o la angustia o el miedo que no aparecen sino como extraños injertos en personajes mecánicos. Está muy bien resuelta la historia de la hija muda de la Coraje, tanto en la interpretación de Malena Alterio como en la presentación de las escenas en que participa, porque las emociones quedan al margen, como también está muy bien dibujado el personaje de Yvette Pottier que interpreta Carme Conesa. Aunque buena parte de las ideas de Bertold Brecht han sido incorporadas al teatro y al buen cine contemporáneo aún resulta difícil asistir a una representación de este tipo, donde se deja solo al espectador sin saber qué pensar de personajes tan poco simpáticos como Madre Coraje o la Pottier de la Conesa y al mismo tiempo tan verosímiles.

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