lunes, 8 de marzo de 2010

Banalizar

No sé si por distracción, por negocio o por espíritu del tiempo existe una irresistible propensión a banalizarlo todo o casi todo. Banalizar significa apagar el juicio crítico o amortiguarlo o presentar como valioso lo que no lo es, igualar lo bueno y lo mediocre o mirar con perspectiva -¿no se dicen así?- las barbaridades del pasado o las atrocidades que nos pillan a trasmano. Cómo entender si no al conservador jurado de Hollywood que prefiere como mejor película extranjera la sosa, benévola y banalizadora El secreto de sus ojos por encima de películas con más enjundia como La cinta blanca o Un profeta. Banalizan los autores de la película argentina porque enmarcan una historia amorosa y prescindible en un contexto de horror como fue el que propició la dictadura argentina que se valió de la tortura, del asesinato, de la desaparición para someter a su nación.

Una banalización parecida a la asistimos con impotencia cuando Martin Scorssese en su Shutter Island muestra, para ilustrar los agitados sueños del protagonista, un montón de cadáveres amoratados, apenas velados por unas hierbas resecas, que remiten a Dachau, campo de concentración (¡no de exterminio como Auschwitz!) que se supone que liberó el protagonista como soldado en la guerra mundial. Banaliza Scorssese porque esos cadáveres no tienen objeto en la película, a lo más son un cuadro figurativo en la pared de un despacho, no documentan, ni denuncian nada, sino mero juego con el espectador para sacarle los cuartos.

Como banalizan ese montón de amigos que se reunen en una ciudad del sur junto a la madre de un juez y montan un acto digno de las noches de Telecinco para reivindicarlo y santificarlo, cuando se supone que la justicia es ciega y sorda y hasta muda en tanto no se pronuncia con independencia en un auto.

Igualmente incomprensible y banal y tonto es sentirse gallego, pongo por caso, y hacer de ello una bandera y sentirla mancillada si en una conversación más o menos espontánea un político echa mano del estereotipo para hablar de si los gallegos están mejor o peor considerados o si el presidente del gobierno es más o menos gallego en su comportamiento. Como banaliza este escritor gallego que se vindica como tal, y que alguna vez apuntó maneras, como dicen los cronistas deportivos, pero que ahora, el día que Rosa Díez era agredida en la Autónoma de Barcelona- se conforma y se conforta con hacer de un chiste un tratado de metafísica. (Lo peor no es que nos quiera salvar ["La señora Rosa Díez"]. Lo peor es que nos quiere aburrir en nombre de España).

Quien no banaliza es el autor de Shoah, Claude Lanzmann, en una entrevista en El Mundo, a quien los banalizadores deberían leer o mirar su película o preguntar si no lo entienden qué quiere decir cuando dice:
No me canso de repetirlo. La cuestión "¿Por qué han matado a los judíos?" es obscena. Es una obscenidad absoluta. No hay nada que comprender. Todo ese tipo de explicaciones: que si la crisis económica, que si los orígenes judíos del propio Hitler... Obsceno. La razón del crimen no hay que buscarla en la víctima sino en el criminal. Es como si se buscara un razonamiento armónico que explique la violencia. Se trata de un empeño reduccionista que quiere acabar con el extrañamiento dela violencia.
 Y sobre La vida es bella y La lista de Schindler dice,
La vida no es bella. Esto es obvio. Y creo que Spielberg, al que respeto, se informó poco.

2 comentarios:

Nahum dijo...

Ando buscando como un cosaco la entrevista a Lanzmann en "El mundo". La leí en papel, pero no hay ni rastro de ella en digital, fagocitada por el furor de orbyt. Una lástima no tenerla completa: es de interés para mis alumnos, ahora que hablamos de ética de la representación.

Un blog muy sugerente el suyo, por cierto.

Toni Santillán dijo...

Lo siento, pero me pasa lo mismo, la entrevista no se encuentra en internet, por eso no he puesto el enlace.