lunes, 15 de febrero de 2010

Tres días con la familia

Cuenta Román Gubern a propósito del recién fallecido Eric Rohmer que en 1986, siendo él parte del jurado en la Bienal de Venecia, algunos de sus colegas se negaban a premiar la película rohmeriana El rayo verde, arguyendo que la crisis que vivía la protagonista en el filme era la propia crisis del director en la vida real.
Una ceguera parecida podría atribuirse a los votantes de la pomposamente llamada Academia de Cine a propósito de esta película española, muy por encima del valor de las premiadas.

Colocar una cámara delante y dejar que la vida transcurra. Viene de la tradición francesa que se remonta al realismo. El espejo que plantaba Courbet ante el camino a mediados del XIX cuando salió con su caballete a la cale para atrapar la vida. Tranches de vie de que hablara Stendhal, que siguieron Steinbeck y otros. Que está en el cine de Renoir y especialmente en el recientemente fallecido Eric Rhomer. Tranches de vie, fragmentos de la vida cotidiana que discurren ante nosotros, que nos representan, en los que nos reconocemos.
Hay cineastas que buscan la filmación exhaustiva de lo que les sucede, dejando día a día un material ingente. Hubo escritores que lo hicieron en el pasado llevando diarios en que querían dejar constancia de todo, James Boswell, por ejemplo, Trapiello en nuestros días.
Sin embargo, no hay que llegar a eso para vernos reflejados, para empatizar con los personajes que viven delante de nosotros. Con noventa minutos es suficiente. Es lo que hacía el recientemente fallecido Éric Rohmer en sus películas o es lo que hace Mar Coll en esta Tres días con la familia, que ha pasado sin mucho eco, creo, ante nosotros y merecía mucha más atención.

Una chica llega al entierro de su abuelo en un momento crucial en su vida. Ante nuestros ojos lentamente van apareciendo los distintos personajes de la familia, los defectos y virtudes que conforman sus personalidades se irán desplegando a través de diálogos pausados, de gestos, de detalles que comprendemos y a los que atribuimos significado porque nos reconocemos en ellos, porque forman parte de la textura de nuestra propia vida. Una película precisa, maravillosamente bien interpretada, con un guión medido, de una directora recién llegada, Mar Coll, que promete hacernos pasar tardes memorables si los productores creen en ella y le permiten seguir haciendo películas. No todo el cine español es malo y los actores dan la talla si lo que se les ofrece es creíble y está bien trabajado.

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