domingo, 21 de febrero de 2010

Sutter Island

Quién puede discutir la maestría técnica y formal de Martin Scorssese. Su recién estrenada, Sutter Island, está construida de tal modo que es imposible sustraerte durante su largo metraje a lo que sucede ante nuestros ojos. Nos intriga lo que piensa, lo que descubre, lo que le sucede a ese agente judicial que llega a una isla de la bahía de Boston, convertida en penal psiquiátrico en los años cincuenta, para resolver la desaparición de una reclusa. Todo autor, especialmente si es una autor reconocido, cuenta desde el principio con la credulidad de quien hace el esfuerzo de ir a ver su obra. En esta peli la limpia mirada del espectador enseguida se ve sometida a un trastabilleo constante. Las cosas quizá no sean como aparentan. Eso forma parte del género -del triller, de la intriga, del policiaco; todos los grandes han utilizado el esquema del suspense, de los giros del guión, para sorprender. Pero Scorssese juega con nuestra credulidad de tal modo, nos zarandea tanto, que al final uno comienza a dudar de su juego, de la verosimilitud. Hay un pacto implícito entre el artista y el espectador adulto: cuéntame cosas creíbles, no me tomes el pelo.

La peli de Scorssese es brillante y cuenta con todo el tiempo del mundo, 138 minutos, para desarrollar lo que nos quiere explicar y sin embargo el resultado es más que decepcionante: dominan más las sugerencias, los apuntes que la definición de los personajes, la verdad de los hechos o los diagnósticos psicológicos fiables. Muchas películas con base en el drama psicológico han jugado con la confusión, con la ambigüedad de lo que pasa ante nuestros ojos, desde Vértigo a Suspense o Corredor sin retorno, algunas películas a las que esta podría remitir, pero en el cine clásico, si el final era abierto, siempre quedaba la posibilidad de cuadrar el guión, si uno lo estudiaba con detenimiento, de establecer una hipótesis realista. Scorssese lo deja tan en el aire, el abuso de la elipsis es tan grande que todo queda en la indefinición. Hay demasiadas debilidades en esta obra: muchos personajes interesantes mal definidos o abandonados a lo largo del metraje, un abuso de los sueños para explicar cosas que deberían explicarse de forma fáctica y un gran salto en la historia, tan elíptico, que no queda asentado mediante pruebas, que deja al espectador totalmente confuso.

De las grandes obras se espera no sólo entretenimiento -para eso ya están esas inverosímiles películas de terror, de ciencia ficción, de fantasía que llenan las salas de jóvenes para quienes el mundo está por definir- sino también conocimiento. Uno espera descubrir mundos que no conoce o levantar las pesadas alfombras bajo las que escondemos lo que nos desagrada o apartar los velos que ocultan lo que tememos. Pero hacer una película para adultos con las inconsecuencias del género adolescente eso no forma parte del contrato, es más bien una tomadura de pelo.

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