jueves, 12 de noviembre de 2009

Francisco Brines ante los erasmus


Muchos Maestros, accesibles y sencillos. No han cambiado las presentaciones. Tampoco el código cerrado, de largos años de aprendizaje. Estudiantes en busca de créditos, con firmas incluidas, profesores, muchos erasmus alemanes y un bloguero curioso por saber en que ha quedado el negocio de la poesía.


El fervor lector en la poesía, dice el conferenciante que es el título de su trabada charla. Tiene un interés erudito, variaciones poéticas en torno al Doncel de Sigüenza, con algunas referencias más prosaicas, Paloma Días Más, Ortega. Y análisis de poemas de tres poetas, comenzando por Brines y su melancólica reflexión sobre el caballero. Todos van a lo mismo, la vida y la muerte, el tránsito, la meditación. Brines escucha cómo analizan su poema. No interviene, no dice nada sobre lo que dicen que dice su poema, El caballero dice su muerte, tampoco el público interviene. Puro soliloquio lleno de tecnicismos sobre un caballero que murió a los 25 años, guerreando contra los moros, allá por 1486. Una excusa para el lamento en los poetas, una excusa para la lengua de trapo del profesor, una excusa para los halagos de los organizadores del evento. Maestro. Un suceso más muerto que la expresiva piedra del Doncel. La poesía existe, pero está en otra parte.

El caballero dice su muerte (Fragmento)                               Ardoroso el verano, las encinas,
Descansaba entre encinas, recostado                                   los dorados centenos.
sobre las hierbas de la primavera,                                        La campana mayor está sonando,
un día azul, de paz, con la armadura                                     a media tarde. Chillan en el cielo
puesta sobre la carne, y una espada                                     medievales cornejas
que iba del talle al río.                                                          y acuden uno a uno los canónigos,
En la palma desnuda de la mano                                           vestidos de paisano. Huele a cera
caía mi cabeza, y en los ojos                                                 en las naves del templo y hace frío
iba un libro copiándose, vertiendo                                         entre las viejas piedras.
limpia meditación. Lo sostenía                                              (Trapiello, fragmento).
la mano del sosiego y de la danza.
Era el lugar de unos velludos robles,
y agrestes peonías que a la tierra
cubrían de color, de luz, de gloria.
(Francisco Brines).

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