domingo, 12 de julio de 2009

Paranoid Park


Los adolescentes de Gus van Sant caminan y caminan, es la metáfora con la que quiere mostrar esa etapa de transición. Ya lo hizo en su anterior Elephant, aquella reconstrucción de la matanza en el instituto de Columbine y en los otras dos pelis, Gerry y Last days, que parecían conformar una trilogía, que con esta se convierte de momento en tetralogía. No los muestra agitados, ni angustiados, sino desorientados y confusos ante el mundo extraño de los adultos, esos seres tan incomprensibles, según Gus van Sant, para los adolescentes. Así que en esta Paranoid Park, los adolescentes caminan o marchan sobre el monopatín o están sentados mirando hacia ningún sitio o en todo caso van hacia ese Paranoid Park, una simple pista de skateboard, y cuando dialogan sus frases apenas tienen algún sentido, ecos de frases oídas en otro lugar.
-No creo que esté listo.
-Nadie está listo para ir a Paranoid Park.

En esta película, estrenada ahora en España, con dos años de retraso, somete a su adolescente protagonista a una situación que es incapaz de manejar: por accidente participa en la muerte accidental de un guardia de seguridad. Gracias al montaje, intercalando tiempos distintos, pasado y presente, y jugando con los sonidos musicales y de ambiente que colonizan la cabeza de un adolescente, hace que el espectador participe de la confusión del protagonista, haciendo que se vea mejor la indefinición del carácter, la debilidad de la voluntad y hasta la ambigüedad sexual, con algunos apuntes en torno al efecto de las separaciones matrimoniales en la prolongación de esas indefiniciones.

El estilo poético, minimalista, de Gus van Sant, se acerca más al pintor o al escultor que trabaja fiándose a su intuición que al documentalista racional que quiere reducir las variables explicativas a una sola, como hacía tramposamente Michael Moore en Bowling for Columbine. Y probablemente acierta más, porque deja abiertas las explicaciones para que el espectador se haga su propio mapa de situación.

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