viernes, 24 de julio de 2009

Muertos de sed y de hambre, se estaban comiendo los peldaños

Salimos a buscar agua y descubrimos que los alemanes habían atado tres caballos a la escalera de nuestra casa. Muertos de sed y de hambre, se estaban comiendo los peldaños. Trajimos tres cubos de agua, y verlos beber fue uno de los mejores instantes de mi vida. Todavía lo sigue siendo.
Lo dice, Christine Arnothy (Budapest, 1930) y re refiere a 1944, cuando vivía en un sótano con su familia y un grupo de vecinos. Se ocultaban de los alemanes y se protegían de las bombas soviéticas.
Mi padre, que era profesor de latín y usaba expresiones muy literarias, nos dijo: 'Pasaremos tres días en el corazón de las tinieblas'. Estuvimos dos meses.


La picaresca era la ley en el sótano, el río amenazaba con inundarlo y el hambre se mezclaba con los buenos deseos: un hombre confiaba en que la nacionalidad suiza de su mujer le libraría del desastre; otro, que los rusos respetarían su estrella amarilla de judío. Durante semanas, además, la alternativa fue ésta: morir de un balazo o abrasado por un lanzallamas.
La llegada de los soviéticos fue un alivio pero no una liberación: mataron al señor Radnai, el judío, y violaron a una muchacha que atendía a un soldado alemán herido que se había refugiado en el sótano. Christine Arnothy se libró porque, flaca, con pantalones y el pelo quemado, parecía un muchacho.
Lo que parecía un final feliz resultó no ser más que la segunda parte del desastre. Unos vecinos se habían instalado en la casa vacía. Estaban comiendo cuando llegamos, nos miraron con una mezcla de pena y decepción, como si nos guardaran rencor por seguir vivos. Decidimos exiliarnos.

No me dieron el premio porque dijeron que osaba llamar ocupantes a los rusos, como a los alemanes. Unos y otros compartían una misma crueldad: En la calle yo no distinguía los cadáveres uniformados. Muertos no se sabía si eran buenos o malos. No tenía la impresión de que fueran enemigos. Sólo parecían criaturas extrañas. Piense en la época: no había Internet ni películas de terror, así que un cuerpo muerto, no te decía gran cosa. Una vez le cerré los ojos a un hombre.
Tengo quince años y no quiero morir, libro publicado en Francia en 1955, lo edita en España Barril y Barra.

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