domingo, 26 de julio de 2009

La revolución de la equidad

No sé si la próxima, pero hay una revolución democrática por hacer en toda Europa y en especial en España. Es la revolución de la igualdad de oportunidades o, mejor, de la equidad, para distinguirla del señuelo ideológico vacío de la igualdad. Entre otras cosas eso significaría dar un revolcón a las élites políticas y económicas.
Estoy harto, por ejemplo, de oír decir, cuando sale a relucir el pasado franquista de los padres de muchos próceres de hoy , tanto en la derecha como en la izquierda como en el nacionalismo, que los hijos tienen derecho a cambiar de opinión o de bando o que los hijos nada tienen que ver con los padres. Que gran grosería. Hay muchas razones para opinar lo contrario. Apuntaré sólo tres:

1. Los hijos de los próceres franquistas -y para redondear de los que han conseguido un patrimonio gracias a la corrupción o el privilegio- siempre han tenido el riñón cubierto. Han podido aventurarse en lo que les haya dado la gana -que bien quedaba en las novelas el bala perdida que volvía a casa era perdonado y se reintegraba a la empresa familiar para seguir siendo igual de hijo de puta que su padre.

2. Los hijos de los privilegiados tuvieron la oportunidad de estudiar con la mente libre, sin tener que preocuparse por la pobreza familiar, pudieron ir a la universidad y dedicar todo su tiempo a estudiar, hacer una carrera o dos o tres, escogiendo la que les diera la gana, con todo el tiempo por delante, sin tener que trabajar y estudiar al mismo tiempo.

3. Los hijos de esa gente cuando acabaron la carrera tuvieron acceso a una red de contactos, independientemente de la brillantez de su expediente, pudieron optar a puestos de trabajo con los que no podían ni soñar los hijos del arroyo.

Así que no me vengan con cuentos de que pueden cambiar de opinión y de que nada tienen que ver con sus padres. Si los conocemos como ministros, escritores, empresarios se debe a ese conjunto de factores que han heredado de sus padres franquistas o corruptos o privilegiados. ¿Alguien conoce a uno de esos hijos que haya renunciado al patrimonio paterno y beneficios derivados porque tenía ideas diferentes a las suyas o porque consideraba que ese patrimonio estaba manchado?
Y encima hemos tenido que tragarnos esos libros de memorias de algunos de esos hijos que revisaban el pasado, su infancia rodeada de monstruos, sus actuales ideas progresistas, sin poner en cuestión el lugar de privilegio que siguen ostentando y no por sus méritos precisamente.

Emmanuel Carrère, hijo de mamá y de papá, en su Una novela rusa, lo reconoce con claridad.

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