viernes, 17 de julio de 2009

Lento caminar por la estación del tiempo

Sucede que vemos como peculiaridad o singularidad el gran suceso al que asistimos sin medir sus consecuencias porque nos hemos habituado a ver el mundo como espectáculo, arrellanados en el sofá de nuestra sala de estar y por tanto como elemento necesario para nuestra diversión, como vemos una final de copa de Europa, que sólo provoca emociones eufóricas o depresivas pero sin continuidad para el curso de nuestras vidas.

Sólo el paso del tiempo y una conciencia viva de lo que pasa en el mundo nos permite enlazar el estallido de las torres gemelas de Nueva York, en 2001, con la guerra de Irak, en el 2003, o la larga guerra de Afganistán, desde 2001 con la lenta metamorfosis de las relaciones internacionales hacia una progresiva militarización, aunque a veces sólo nos quedemos con la enojosa molestia de los controles en los aeropuertos.  Asociamos el estallido de los trenes de Madrid, de marzo de 2003, con el pintoresquismo de la teoría de la conspiración, que nos entretiene y quizá nos hace dudar, pero quizá no veamos el deslizamiento hacia el recelo y desconfianza hacia los inmigrantes, el miedo inconsciente a pasear por determinados barrios, la pérdida de legitimidad de los políticos y de los periodistas que usaron el acontecimiento en su beneficio, en suma el deterioro de la convivencia.


Así sucede con la crisis financiera que vemos como el espectáculo del desplome de bancos y de la inversión, acaso entretenidos y rabiosos contra los magnates, pero ajenos a las consecuencias que está generando en el mundo y que pronto puede afectar a nuestras vidas. Pues según el Banco Mundial, 53 millones de personas se están viendo abocadas a la pobreza este año y se añadirán a los casi mil millones de personas que ya padecen hambre, entre 18 y 51 millones de personas están perdiendo su empleo, entre ellos cientos de miles de trabajadores inmigrantes están siendo despedidos y dejando de enviar remesas necesarias, por valor de 200.000 millones de dólares anuales, para países como Bangladesh, Ecuador, Rumania, Kenia o México.

Esto reduce los ingresos de los Gobiernos y, por tanto, los fondos destinados a bienes y servicios básicos, el aumento de la inseguridad que la pobreza conlleva y la brutalidad policial que se impone para solventarla, las importantes decisiones fuera de control que los gobiernos están tomando con la excusa de la crisis, gastando sumas brutales con escasas justificaciones, con consecuencias dramáticas para el presente y el futuro, el empobrecimiento general y la pérdida de derechos económicos, sociales, culturales, civiles y políticos.

No hay comentarios: