lunes, 8 de junio de 2009

La maravillosa vida breve de Óscar Wao

Si una cosa define a un dominicano, y más si en un dominicano negro, y más si es un dominicano del Bronx es rapar con cuantas más jevitas. Rapar es lo fundamental, todo lo demás es secundario. En la época del trujillato, los grandes personajes de la dictadura se definían por su hombría, desde el propio Rafael Leónidas Trujillo, hasta su hijo Ramfis, hasta el camaleónico Joaquín Balaguer, y por supuesto el gran rapador Porfirio Rubirosa. Las historias más legendarias y las más espantosas tenían que ver con las muchachas raptadas y rapadas por Trujillo, ya fuesen menores de edad, o esposas o hijas de las clases altas o de las clases bajas o de los propios jerarcas de la dictadura. Esas historias tenían que ver a la par con la maldad y la hombría, y el propio Vargas Llosa construyó su Fiesta del chivo con esas historias.

Así que imaginemos un dominicano nacido en los años de la dictadura, emigrado a los USA, negro, gordo, muy gordo, y lector, voraz lector de cómics, de literatura barata, de ciencia ficción y fantasy, encerrado en casa o en la habitación del college, no se sabe si para seguir leyendo o para huir de la vergüenza de no rapar. Se llamaba Huáscar, deformado en Óscar por su gente, y Óscar Wao en la universidad, por una deformación de Oscar Wilde que alguien cazó al vuelo y deformó. Un dominicano deforme pues que no rapa nada y que todas las jevas pasan de él, un friki, un nerd. Y sin embargo se enamora de toda mujer que se cruce ante sus ojos. Fukú. Maldición, el fukú que en general arrastran los dominicanos, en especial los dominicanos del trujillato, en especial las tres generaciones de una misma familia, la familia de Óscar Wao. Fukú.

Escrita a varias voces con gran agilidad, mezclando pasado y presente, personajes e historias dispares, política e historia, trabajo y estudio, pero todo entreverado de sexo y más sexo, se adivina la huella de Faulkner, por ejemplo, pero por supuesto también la de los escritores del Caribe y su realismo mágico, aunque Junot Díaz, el escritor, inteligente, no caiga en esa debilidad, la de hacer como que lo mágico es real. Esta, La maravillosa vida breve de Óscar Wao, es una novela llena de vida, impetuosa, nerviosa, se adivina el bachata y el merengue del Caribe entre los dedos del escritor. La lengua fluye y no se sabe si lo que leemos es español traducido del inglés dominicano de Nueva York o español retraducido, en todo caso las palabras bailotean en spanglish y tienen la ductilidad propia, en la formación de neologismos, del inglés de aluvión. Español del Caribe y del Bronx. Una gran novela, original, creativa, fresca, suelta, Premio Pulitzer 2008, ni más ni menos, que indica que si el español tiene una nueva vida no será de la península sino del otro lado, de los territorios del almirante, a pesar de que nombrar al descubridor allí sea fukú. Sólo algo que objetar, esa metaliteratura plomiza del escritor que escribe que está escribiendo y sus personajes hacen literatura, hacen vida de escritores y todas esas pesadas mandangas.
"Me llevó siente años y muchas lágrimas, porque no eres de verdad un novelista hasta que llegas al agujero más profundo de tu jodida vida, y desde ahí escribes".
Pues eso, yo no me la perdería, forastero.

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Cambiando. Más curas, aunque no paliativos. Estas frases del día en que había que ir a votar y que de nada sirvieron. ¡Cachis!
Una cosa peligrosamente parecida a un ser humano, una cosa que da fiestas, organiza orgías y manda en un país llamado Italia. Esta cosa, esta enfermedad, este virus amenaza con ser la causa de la muerte moral del país de Verdi si un vómito profundo no consigue arrancarlo de la conciencia de los italianos antes de que el veneno acabe corroyéndole las venas y destrozando el corazón de una de las más ricas culturas europeas. Saramago.
 "Me da más miedo Il Cavaliere que las FARC". Zappadu, el fotógrafo que no era paparazzi.

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