lunes, 20 de abril de 2009

Contra los vendedores de copias

Defiende El País, una y otra vez, con una pasión propia de quien ve peligrar su negocio, el fin de las descargas gratuitas por Internet. Es como lo de Don Quijote y los molinos, tarea de ilusos que se van a dar de bruces con la realidad. Las leyes que quieren castigar a los internautas son tan viejas como el coche de caballos -El Convenio de Berna data de 1886-, muy anteriores a la revolución tecnológica. Vamos, quien iba a ir a escuchar al cura de la parroquia la misma historia de siempre, cuando tenía en el pueblo una biblioteca repleta de historias nuevas. Los púlpitos quedaron para las polillas, la Fenice y el Liceo estaban demasiado lejos y demasiado caros, así que vinieron y fueron desapareciendo el disco de piedra, el de vinilo, las cintas de casete, los cedés y la mortalmente aburrida televisión. Por qué habría yo de apuntarme al Plus para ver películas o escuchar música. Si yo pudiera iría directamente al huertano y pasaría de Caprabo. Lo tienen crudo quienes quieren castigarnos. Cada vez más el contenido que se descarga está encriptado -Rapidshare, Megaupload-, sólo pueden detectar la descarga en bruto, por la cantidad de gigas, sin saber qué se descarga. Pero es que ya es posible también encriptar la IP de los usuarios. Es más, es que no hace falta bajarse nada al ordenata, se pueden ver series, pelis y escuchar música por streaming en determinadas páginas.

Adiós a los vendedores de copias, pues. El canon no es justo porque mata moscas a cañonazos -por qué tengo yo que pagar por Mentiras y gordas o Carlos Baute, si ni los veo ni escucho, en todo caso tendría que cobrar por hacerme perder el tiempo con semejantes tonterías. Yo estoy dispuesto a pagar a los creadores si me dan placer con sus obras. ¿Puede aparecer una tecnología que discrimine si me bajo Los cañones de navarone, The reader o el último disco de Keith Jarrett? De momento, no. Con el tiempo será posible que el creador cuelgue sus cosas en su página y cobre directamenet por las visitas, saltándonos a Sony, el Plus y si es posible a Caprabo. Mientras tanto, que una parte de la abultada factura que me cobra telefónica -que sólo tiene sentido por la descargas- vaya a los creadores, no a los intermediarios, -lo siento, me da igual que cierren las cadenas de televisión, los pay per view, EMI y Sony, si no están directamente implicadas en la producción- siempre que haya una gestión trasparente de cobros y pagos.
En el fondo, los políticos se alinean del lado de la industria porque temen el escenario de falta de control que la red trae consigo. Donde antes para controlar la opinión pública tenían que controlar a unos pocos medios y periodistas, ahora se encuentran con un entorno con millones de voces imposibles de controlar, con un entorno en el que no se encuentran cómodos, en el que no saben trabajar, en el que ven caer su influencia y su poder.
Además, resulta que Los piratas de la red son los que más compran por medios legales.

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