domingo, 25 de enero de 2009

El Intercambio, pena de muerte, persuasión

El problema de la persuasión emotiva es que sirve tanto para validar nuestros argumentos como los de nuestros adversarios. En la última película estrenada de Clint Eastwood, El Intercambio, hay una larga secuencia que muestra la ejecución mediante la horca de un condenado por asesinato de 20 niños. Es un caso límite, a quien poca gente defendería. Las escenas están montadas con sobriedad, el verdugo no es especialmente atractivo, los que asisten a la ejecución tampoco. Sin embargo, las escenas que van mostrando al individuo nos lo hacen antipático, repelente, odioso. Al final, cuando cuelga de la horca, nosotros espectadores junto con los actores asistentes también hacemos un gesto afirmativo con la cabeza. ¡Se lo merecía!

Cuántas películas en los últimos años no nos han presentado casos a la inversa, para convencernos de lo contrario, de que la pena de muerte es una barbaridad. En cada una de ellas, el espectador hacía el gesto contrario cuando se producía la ejecución. ¡No, no puede ser!

Hay muchos temas de difícil digestión racional, donde los sentimientos y prejuicios ideológicos perturban la serenidad del juicio. La pena de muerte, la eutanasia, el aborto, y en otro campo distinto, el debate histórico, por ejemplo, en torno a la Guerra Civil, la guerra de Irak, el terrorismo.
En el debate público los políticos y los grupos de presión suelen desechar la argumentación racional, científica, que necesita elaboraciones largas y a veces tediosas, por el disparo emotivo hacia el corazón. Procedimiento que trata al público como menor de edad. Las escuelas, los programas televisivos y las salas de cine son las canchas donde se buscan partidarios por ese procedimiento, casi siempre en la misma dirección. ¿Es posible llegar a consensos racionales sobre esos temas? No sólo es posible, es necesario si queremos tener una población de adultos responsables y no de simples partidarios.

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