¿Se puede montar una obra de teatro sobre una anécdota? Si a la anécdota le añadimos la brillante espuma de la música y el rumor de Beethoven quizá crea el programador del Romea y el director que ya es suficiente. El público, acostumbrado a los bajos niveles de creatividad y de exigencia se conforma con poco y aplaude a rabiar.
¿Hay algo que aplaudir en la Sonata a Kreutzer del Romea? La función se sustenta en una anécdota, la huida de Tolstoi de su casa y de su esposa para vivir la agonía de sus últimas horas en una estación de ferrocarril. Esa huida está punteada por fragmentos de la sonata de Beethoven, que parece que martilleaba en la cabeza del novelista ruso desde que la oyera por vez primera en una interpretación de su hijo. Así que escuchamos recitados en la potente voz de Lluís Soler, como Tolstoi, cartas, diarios, rememoraciones, obsesivamente percutido por el recuerdo negativo de Sofía, su esposa, y los fragmentos de la sonata interpretados en vivo.
No sé si la función podría haber tenido mejor solución tal como esta planteada. En todo caso, es difícil pasar de la concentración que la música exige al monocorde discurso de Lluís Soler -buen actor, reducido aquí a mero altavoz-, en especial cuando música y recitado se superponen; es difícil soportar el único punto de vista de Tolstoi en su relación con Sofía sin conocer lo que ésta pensaba -tan poco teatral, tan poco moderno; es difícil aguantar una sesión dramática, aunque sólo sean 80 minutos, sin dramatización alguna.
Y sin embargo, en la relación entre Tolstoi y Sofía había tema -el matrimonio es el más terrible error que un hombre puede cometer, había escrito el novelista en su novela Sonata a Kreutzer-, la relación entre ambos fue dura, insoportable. En la función se nos hurta todo eso, se nos priva del gozo de la disputa dramática, se nos ofrece tan sólo el eco de los nombres, la sombra de la cultura.
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