La desesperanza, el susto, no viene de la espectacularidad de los indicadores que día a día se amontonan en las portadas de los periódicos: el hundimiento de los bancos, la caída de las empresas automovilísticas, la brusca bajada del consumo, el paro se agiganta, sino de la desconfianza generalizada en los políticos, de su impotencia, de su imprevisibilidad, de su manifiesta incapacidad.La sensación de que el mundo está fuera de control. La más grande burbuja que ha estallado no ha sido la financiera, ni la inmobiliaria, no, ha sido la de la confianza en las instituciones.
Los políticos, los técnicos que les asesoran, los economistas públicos y privados no han sabido prever lo que está ocurriendo y cuando lo han sabido nos lo han ocultado, nos han mentido sobre la gravedad de la crisis. Por ello una insana y antieconómica desconfianza se ha apoderado de la gente agravando la situación. Qué han estado haciendo durante todo este tiempo nuestros dirigentes, a qué se han dedicado, cómo no han visto que el futuro les caía encima como una apisonadora. Es vergonzoso, humillante, en España por ejemplo, que todavía intenten entretenernos con la guerra civil, burlándose de nuestra madurez democrática, tratándonos como menores de edad.
Se me ocurre que sólo una especie de mente brillante, capaz de transmitir confianza y tomar decisiones, capaz de dar la vuelta a la crisis transformándola en oportunidad para cambiar de arriba abajo el sistema será capaz de sacarnos de este grave aprieto. Educación, investigación, transporte público frente al coche privado, nuevas fuentes de energía. Ahí debían haber mirado nuestros líderes en vez de al ladrillo y sus comisiones, los estatutos y la simbolización de la vida pública, ETA y las negociaciones inútiles, la lejana guerra civil y su memoria.
jueves, 20 de noviembre de 2008
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