El alcalde Gallardón pasa por ser un buen gestor.
Ayer, en los telediarios todo eran loas por el éxito de esa cosa de la Noche en Blanco madrileña. En casa nos preguntábamos por cuánto saldría el dispendio. Esta mañana he oído la respuesta. Un millón de euros. No parece mucho, pero si se traduce a pesetas parece bastante más. Y si se le suma a la estratosférica deuda del ayuntamiento -6.039 millones de euros, a fecha de 2007, mucho más que la suma de los cinco municipios que le siguen, Barcelona, Málaga, Sevilla, Valencia y Zaragoza- entonces es pecata minuta. La deuda madrileña aumentó el 63% de toda la deuda municipal en el último año.
Gallardón siempre ha caído muy bien en los ambientes de izquierda, es decir, en aquellos donde no se le vota, supongo que por eso de la política socialdemócrata de subvencionar la felicidad. El problema es que alguien tendrá que pagar la fiesta.
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Sin duda, Gallardón es el político profesional por excelencia. Sigo el programa televisivo en el que una serie de ciudadanos hace preguntas a un político. Gallardón habla como si fuese el próximo presidente del gobierno, con tono monocorde, pero atento al que le pregunta, atento a los espectadores que miran la tele, atento a los periodistas que comentarán su comparecencia, atento a su partido, sin comprometerse demasido, pero sin rehuír cuestiones complicadas. Todo con un aire de suficiencia, de alumno aplicado y de profesor didáctico. Demasiada suficiencia, quizá. Tan profesional que anula por comparación a quien nos gobierna, tan mesurado que no genera la ilusión que la gente necesita para salir de la depresión en que ha caído.
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