Cataluña -como España, como Escocia, como Italia, como Georgia, como Osetia- no es otra cosa que una abstracción que maneja la gente para establecer un tipo de agrupación, de diferencia, de clasificación. Lo importante es quién define ese concepto en cada momento y qué parte de la población asume dicha definición. Si la mayor parte de los individuos delimitados como catalanes están de acuerdo con el concepto, la abstracción termina por parecer real, es decir, acaba por tener efectos operativos. Pero si ese concepto es fruto de elites políticas e intelectuales que no conectan con el resto de la población, entonces la cosa se convierte en un simple –a veces peligroso- delirio.
Hoy, en El Periódico de Cataluña, uno de los llamados líderes de opinión dice, entre bromas y veras, esto:
‘El enemigo hace ya tiempo que no tiembla al ver nuestra enseña. Y, entre nosotros, lo de la desorientación debe de ser verdad, porque más de uno me ha preguntado: “¿Enemigo? ¿Qué enemigo?”‘
Habla de enemigo ironizando sobre ello. Ironiza porque en el discurso nacionalista, excepto en el muy radical, no se utiliza la palabra enemigo de forma explícita. Así que presenta el concepto tamizadamente, entre velos, pero lo presenta, porque todo nacionalista tiene a España, ese otro concepto abstracto, como enemiga. Que a ella y a los españoles que la representan los considera real, delirantemente, enemigos se ve en la ristra de hechos y personajes que este verano han contribuido a echar sal en su herida y que exhibe en el artículo.
Es delirio el discurso de este hombre y del grupito que forma la élite de Cataluña porque son pocos los ciudadanos catalanes que les siguen en esa abstracción autodestructiva. La mayor parte de ellos tienen familia en el resto de España, están casados con españoles, tienen negocios con ellos, se sienten como tales, y acaban de pasar sus vacaciones en los distintos lugares que forman la geografía de eso llamado España. ¿Cómo podrían considerarse enemigos de sí mismos?
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