miércoles, 20 de agosto de 2008

Retratos, máquinas y mirones

Cada vez resulta menos interesante visitar un museo o una gran exposición, en especial si se visita en horarios de visita libre o en periodo vacacional. Es costumbre que se va imponiendo visitar esos espacios como quien los colecciona, atendiendo a las llamadas de los media. Pareciera como que los museos basaran su éxito en la gran afluencia más que en la calidad de sus colecciones o muestras o en las referencias en revistas científicas o libros especializados, sin importarles el daño que el ir y venir, el cambio de temperatura, el toque de los desaprensivos ocasione a objetos tan frágiles.

Qué ocurrirá cuando las nuevas y solventes clases medias de China, India y otros países en proceso de modernización se desplacen en masa a los lugares de culto del arte de Occidente. No tardará en llegar el tiempo, espero, en que siguiendo el modelo del neomuseo de Altamira, los grandes almacenes del patrimonio universal tengan un gran espacio moderno y tecnologizado en que mostrar sus obras, reproducidas con similar calidad a la de los originales, donde las grandes masas puedan deambular a gusto sin peligro para la destrucción del pasado. Serán lugares donde no sólo se podrán ver las obras reproducidas con exactitud, mostrar los detalles de los pigmentos, la preparación de las telas, el dibujo preparatorio, las capas sucesivas de pintura y sus restauraciones, sus precedentes y sus influencias posteriores. El visitante con voluntad de información podrá enterarse en un instante de cómo se forjó una obra, de la relación que tenía con su tiempo, de sus vicisitudes hasta llegar al momento de la contemplación, de todas las demás obras que con ella se relacionan. En un espacio como ese el espectador no se sentirá constreñido hasta el punto de no poder tocar, oler, oír, fotografiar como le ocurre en los museos actuales.


Viene esto a cuento de las dos exposiciones que en Madrid más me han interesado este verano: El retrato en el Renacimiento y Máquinas&almas en el Reina Sofía. Las dos con afluencia masiva, agobiante, un grueso y carnívoro dragón -los visitantes- que se desplaza de obra en obra estirando sus terminales para leer o mirar, proyectando se fétido aliento y calor sobre los valiosos y únicos objetos que tiene delante. Pero si en el Prado -obras del XV y XVI- es condición necesaria para el contemplador mantenerse alejado, no tocar, simplemente reverenciar, en el Reina Sofía -obras de factura tecnológica- es lo contrario lo que se pide al visitante, interferir entre las células fotoeléctricas, las cámaras, las pantallas de ordenador y los objetos cambiantes que aparecen ante sus ojos para que haya obra.


Dos buenas razones pues para acercarse a Madrid en este agosto no demasiado caluroso y con la ventaja de las calles semivacías.  A ellas se puede añadir una tercera, ver el nuevo Caixaforum, obra de los arquitectos suizos Herzog y de Meuron. El edificio, una construcción originalísima que parece literalmente levitar sobre las calles donde está situado, muestra exposiciones temporales. Ahora mismo una dedicada a Charles Chaplin y otra al dibujante art nouveau Alfonse Mucha. No menos interesante es el jardín vertical que el francés Patrick Blanc ha diseñado para la pared que linda con el museo.

1 comentario:

Gonzalo Muro dijo...

Una reflexión muy interesante, como siempre la de la masificación de los museos.

En la práctica no es dificil ver a grupos de personas que pasean ante cuadros distraídos por una conversación totalmente ajena a aquello que se suponen que deberían contemplar.

El museo como prolongación del centro comercial, un lugar donde pasear cuando no se sabe qué hacer y que, por añadidura, ofrece un "toque sofisticado" en nuestro relato en la cafetería del trabajo el lunes por la mañana.

No se trata de criticar la aproximación del Arte al público, sino de no convertirlo en un mercado persa, en un escaparate social más.

Cómo lograrlo es algo realmente dificil, pero resulta fundamental para evitar ese terrible vaticionio que ofreces.

Un saludo.