Si uno se da prisa en este final de vacaciones aún puede ver en el Prado El retrato del Renacimiento una serie de pinturas, grabados y algunas esculturas en torno a los siglos XV y XVI. La exposición pretende mostrar cómo se fundamentó el género del retrato en esta época hasta convertirse en una de las formas más relevantes del arte en general y de la pintura en particular. Es interesante ver cómo los cuadros se van depurando -del paisaje de fondo, tras la figura, de los objetos que identifican un oficio, de los valores con los que se identifica al personaje retratado, de la utilidad a la que el cuadro había de servir, de los prejuicios o ideas que lastran al retratado o al propio pintor- hasta llegar al fondo de la persona retratada que tenemos delante, el alma que han querido retratar los grandes pintores.
La muestra transmite la tensión entre realismo e idealismo, entre la necesidad de verosimilitud y la voluntad de bella apariencia, de cómo la pintura meramente informativa -pequeños retratos de prometidos que iban a parar al arcón deja paso a los grandes cuadros para colgar de los salones. Así vamos viendo, la serie medieval de reyes de Aragón, tras Jaime I, que uno de ellos mandó pintar para basar su legitimidad en su semejanza entre con los demás; 'Anciano con su nieto' de Domenico Ghirlandaio, que tenía que servir para recordar al abuelo muerto; El retrato de mujer de Lorenzo Lotto -arriba- que muestra cómo la dama retratada compara su virtud con la de Lucrecia, aquella dama romana que supo resistirse ante Tarquinio, hasta el punto de preferir el suicidio; La dama hilando de van Heemskerck, acompañada de los útiles de su profesión o el sastre de Moroni. El Carlos V con su perro, copia y mejora idealizada por Tiziano a partir de una pintura más realista de Jakob Seisenegger [Aquí se puede ver un análisis más detallado de estas dos obras]; O los auténticos retratos, aquellos en que el pintor a solas con el retratado intenta captar de una vez el carácter del persoje: 'Margaret, la mujer del pintor' de Jan van Eyck, el Michele Marullo de Botticelli, El cardenal de Rafael, los autorretratos de Durero, el propio Rafael o el del anciano Tiziano o la Brigida Spinola Doria de Rubens.
Es en los retratos que realizan para la corte de los Habsburgo, Antonio Moro y Tiziano dónde tomará cuerpo un modo de retratar que se convertirá en modelo durante los siguientes tres siglos: sin desdeñar los elementos realistas había que destacar el excepcional carácter del retratado, no en vano eran personajes reales o grandes cortesanos. Realismo e idealismo a la vez para que siendo los retratos verosímiles mostrasen al tiempo su lado simbólico y excepcional. Así había que disimular los defectos, como el clásico Apeles retrató de perfil al tuerto rey Antígonos. Hasta llegar al retrato de Brigida Spinola Doria de Rubens en el que sin dejar de seguir las pautas de los maestros antiguos el pintor quiere reflejar la verdad en el rostro de esta mujer.
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