El la imaginación del creador lo inverosímil toma cuerpo, lo que parece imposible se desarrolla ante nuestros ojos sin que apenas hagamos una mueca de incredulidad. Es lo que el espectador espera, que el cine o la novela le sorprendan. Por eso vamos al cine o leemos. Ya se sabe que el arte en general y las novelas y películas en particular tratan de hacernos ver alguna verdad más o menos incómoda y oculta mediante la mentira de la ficción. Es lo que sucede con este Aliento de Kim Ki Duc.
Este director de cine coreano hace que se encuentren dos personas que en la vida real sería casi imposible que pudiesen cruzarse. Una mujer casada, madre de una niña, con tendencias artísticas -modela esculturas de barro- y un recluso que espera en una celda compartida a que se ejecute su sentencia de muerte. La mujer vive con una angustia difícil de precisar, mientras escucha en los noticiarios televisivos las informaciones sobre el condenado. Al recluso se le hace insoportable la espera, por lo que intenta acortarla mediante sucesivos intentos de suicidio.
Un impulso inexplicado hace que la mujer vaya a visitar al recluso a la prisión. En encuentros sucesivos se irá tejiendo entre ellos una relación cada vez más intensa. Los dos reciben del otro lo que les falta. La mujer le irá ofreciendo la vida exterior, las emociones ligadas al cambio estacional, mediante canciones y un decorado apropiado en la pequeña sala donde tienen lugar los encuentros. Él le ofrece atención y entrega incondional.
Toda vida es la lucha más o menos frenética por dotarse de sentido, escapando a la suma de las miles de acciones cotidianas que en general no lo tienen. Es lo que busca la mujer, es lo que busca el recluso, es lo que buscamos todos. También a ello se ve impelido Kim Ki Duc. El espectador ha asistido a la proyección de la película con la mente abierta a todas las posibilidades, con ese choque explosivo que produce la combinación de imágenes alejadas entre sí propio de la poesía, pero la pluralidad de sentidos que la poesía de Aliento le ofrece se va cerrando en un relato a medida que el director y guionista va acotando el sentido: el recluso ha sido condenado porque dió muerte a su mujer y a sus hijos, brutalidad atemperada por el modo en forma de locura arrebatada en que lo hizo. La angustia de la mujer se explica porque su marido la engaña con otra mujer y además la maltrata. Cuando esas explicaciones aparecen el espectador queda más tranquilo, su excitación se amodorra en el asiento, pero la película deja de ser poesía para parecerse más a un relato burgués convencional. Las innecesarias escenas finales de la película sólo se entienden por esa necesidad de acotar el sentido.
Este director de cine coreano hace que se encuentren dos personas que en la vida real sería casi imposible que pudiesen cruzarse. Una mujer casada, madre de una niña, con tendencias artísticas -modela esculturas de barro- y un recluso que espera en una celda compartida a que se ejecute su sentencia de muerte. La mujer vive con una angustia difícil de precisar, mientras escucha en los noticiarios televisivos las informaciones sobre el condenado. Al recluso se le hace insoportable la espera, por lo que intenta acortarla mediante sucesivos intentos de suicidio.
Un impulso inexplicado hace que la mujer vaya a visitar al recluso a la prisión. En encuentros sucesivos se irá tejiendo entre ellos una relación cada vez más intensa. Los dos reciben del otro lo que les falta. La mujer le irá ofreciendo la vida exterior, las emociones ligadas al cambio estacional, mediante canciones y un decorado apropiado en la pequeña sala donde tienen lugar los encuentros. Él le ofrece atención y entrega incondional.
Toda vida es la lucha más o menos frenética por dotarse de sentido, escapando a la suma de las miles de acciones cotidianas que en general no lo tienen. Es lo que busca la mujer, es lo que busca el recluso, es lo que buscamos todos. También a ello se ve impelido Kim Ki Duc. El espectador ha asistido a la proyección de la película con la mente abierta a todas las posibilidades, con ese choque explosivo que produce la combinación de imágenes alejadas entre sí propio de la poesía, pero la pluralidad de sentidos que la poesía de Aliento le ofrece se va cerrando en un relato a medida que el director y guionista va acotando el sentido: el recluso ha sido condenado porque dió muerte a su mujer y a sus hijos, brutalidad atemperada por el modo en forma de locura arrebatada en que lo hizo. La angustia de la mujer se explica porque su marido la engaña con otra mujer y además la maltrata. Cuando esas explicaciones aparecen el espectador queda más tranquilo, su excitación se amodorra en el asiento, pero la película deja de ser poesía para parecerse más a un relato burgués convencional. Las innecesarias escenas finales de la película sólo se entienden por esa necesidad de acotar el sentido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario