miércoles, 11 de junio de 2008

José María Aldaya frente a sus secuestradores en la Audiencia Nacional

Fueron tres las personas que el 8 de mayo de 1995 salieron de un vehículo que circulaba delante del suyo y le secuestraron a pocos metros de su casa. Le pusieron una capucha, le inyectaron una droga que le durmió y le trasladaron a un minúsculo zulo, donde despertó y permaneció encerrado casi un año.

Sólo tuvo contacto con una persona, encapuchada, que era la que le suministraba la comida. Durante su reclusión comió bien y dejó de fumar, si bien ahora ha vuelto a hacerlo. "Me quede medio loco". Sufre dolores en las caderas por las vueltas que daba diariamente por el zulo para evitar estar todo el día quieto. "Me he dedicado a trabajar y a olvidar".

El 14 de abril de 1996, fue liberado en un bosque, 341 días después, en el Alto de Azcárate de Elgóibar (Guipúzcoa), una vez que la familia y su empresa, Alditrans, pagaran "una cuantiosa suma de dinero no exactamente determinada pero no inferior a 150 millones de pesetas".

Javier Arizcuren Ruiz y Dolores López Resina se han negado a declarar en el juicio, la segunda ha asegurado sufrir una enfermedad psíquica que le impide acordarse de nada de lo sucedido. Al inicio de la vista, López Resina se ha dirigido al tribunal en catalán para definirse como "catalana y miembro de ETA". Ha afirmado no reconocer al tribunal que la juzgaba y ha terminado su intervención con un "Visca Catalunya".

Ramada y Lola construyeron y acondicionaron en una nave industrial una "cárcel del pueblo", nombre utilizado para designar a los zulos. Tenía tres metros y medio de largo, uno de ancho y dos de alto y es el mismo en el que estuvo Cosme Delclaux. La etarra participó directamente en el secuestro, al asaltar el 8 de mayo de 1995 el vehículo de Aldaya cuando volvía a su domicilio de Fuenterrabía (Guipúzcoa) junto a otros compañeros del comando.

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Fred Astaire vs Gene Kelly

Los movimientos de Astaire respondían a una racionalidad extrema, más próxima a la idealización del cuerpo animal (gacelas, panteras, delfines) que al brutal espasmo peristáltico del proletariado. Su clasicismo era tan sólido, tan pericleo, tan euclídeo, que no sólo se distanciaba de cualquier debilidad romántica sino que las anulaba y arrasaba con una equis de pierna diseñada a tiralíneas.

El estilo de Gene Kelly era un ataque salvaje, desalmado, ordinario, contra lo que aún entonces se consideraba "elegancia" y "clasicismo", sin caer tampoco en el romanticismo que arruinaba toda la producción europea, obsesionada con los restos humeantes de la religión cristiana, especialmente entre los ateos.

Esta disputa, que ahora podríamos ampliar a los contrapuestos modelos cristiano (Charlie Chaplin) y nihilista (Hermanos Marx), abarcaba entonces figuras tan hermosas como Kafka (el doliente) contra Joyce (el gozoso), en una gigantomaquia que escindía el mundo en dos sectores perfectamente delimitados: los partidarios de la duración (y por tanto de la autoridad, el sacrificio y el colectivismo) y los partidarios de la transformación (y por tanto de la imaginación, el placer y el individualismo)”.

(Félix de Azúa. El País).

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