viernes, 6 de junio de 2008

Antes que el diablo sepa que has muerto

Casi como un testamento, Sidney Lumet, pocos días antes de morir, estrena en Espanya, un drama psicológico a la antigua usanza. No de personajes atormentados a lo Paul Schrader, ni con el poso severo de un clásico a lo Shakespeare o a lo Elia Kazan, pero sí con personajes que se mueven por intereses complejos: un padre de carácter y unos hijos que no han encontrado su puesto en el mundo.

Lumet opta por la estructura del thriller, en el que, siguiendo la tradición de Hollywood, el choque entre los personajes deriva de los sucesos de la trama más que de la estructura anímica. Dos hermanos con problemas, uno más inteligente y con una vida más o menos encauzada económicamente, que, por sus necesidades de drogas, trampea en su empresa y está a punto de ser atrapado, otro más joven e inmaduro, que también necesita dinero para lo asuntos de la vida diaria, pasar la pensión de su hija, traman realizar un atraco que les saque de los inmediatos apuros.

Como son unos aficionados, el atraco, que quieren limpio y rápido, les saldrá mal y desencadenará una serie de situaciones que agravarán sus problemas. Junto a ellos, el padre de los chicos de golpe se enfrenta a la tragedia de quedarse sólo, cuando pierde a su mujer, y una brasileña guapa quiere rehacer su vida de la mano de alguno de los dos hermanos.

No se puede contar más sin destripar del todo la película. Hay quien la ha calificado como la mejor del año. No sé si es para tanto, pero es interesante por muchos motivos. El guión está bien trabado y va desvelando sus cartas poco a poco, inquietando progresivamente al espectador. El sentido de lo que sucede no es lineal y puede ser interpretado al gusto de cada cual. Habrá quién lo vea como una simple crónica de sucesos y quién quiera buscar honduras psicológicas: desde complejos edípicos a la rivalidad entre hermanos o a la definición de caracteres arquetípicos.

Los actores se han encontrado con grandes papeles. Es el caso de Philip Seymour Hoffman, a quien quizá le hayan ofrecido el mejor de su carrera, o el de Albert Finney. Marisa Tomei pasa bastante desapercibida. Ethan Hawke, aunque no está mal, a mi juicio, sigue necesitando un hervor. También es de agradecer la sencillez de Lumet, que huye tanto del preciosismo de los directores que beben de los cortos publicitarios como de los que se empeñan en dejar una huella de autor. Maneja bien los tiempos, condensando la acción o graduándola, según convenga, y deja espacio y tiempo –a través de flash back- a los actores para modelar sus personajes.

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