Si uno persiste en la trabajosa lectura de los textos de estos hombres que durante décadas han conformado la llamada opinión pública europea siempre termina por encontrar alguna perla. No en todos los casos. A veces el laborioso aburrimiento no conduce a nada, y cae sobre el lector la angustia del tiempo perdido. No es el caso de Jean Daniel, padre del Nouvel Observateur parisino, casa madre de la opinión socialdemócrata. Arrastrándose los ojos pesadamente sobre el papel encuentran esta frase prodigiosa: "Después de todo, aquí tenemos muchos menos muertos a manos de los terroristas de los que tienen en otros sitios por culpa de los accidentes de carretera". Se refiere a los atentados terroristas contra los ciudadanos de Israel. Supongo que, con la misma vara de medir, el genocidio de los judíos pronto quedará convenientemente atemperado por la amenaza de la próxima extinción masiva.
Hay otras perlas en el escrito, aunque ninguna supere a la citada, todo él teñido por el falsa virtud socialdemócrata. Bajo la aparente equidistancia, se deslizan el odio y amor desigualmente repartidos. Le reconoce alguna cosa a Israel, la consolidación del Estado y la milagrosa resurrección de una lengua, el hebreo, para a continuación acusarle de todos los males -milagro y maldición, titula- que padece el pueblo árabe.
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Este magnífico artículo de Albert Boadella, a propósito de un manifiesto de gentes del teatro madrileño quejándose de la invasión de catalanes en los teatros de la capital.
"Uno de los problemas que plantea la exaltación del localismo, el rasgo diferencial y la mojiganga étnica, es que acaba irradiando un efecto contaminante en todo aquel que intenta enfrentarse a estos adherentes parásitos de la más auténtica España negra. Conozco de primera mano lo que estas veleidades han significado en la tierra que nací, y precisamente sus consecuencias me llevaron a la decisión de cortar amarras de forma radical a fin de no ser alcanzado por la emanación de tales delirios. No obstante, vengo comprobando que la distancia física resulta inútil, la plaga se ha extendido en todos los territorios del Estado y hay muy pocos habitantes en este país que actualmente se conformen con ser solamente ciudadanos españoles. En este sentido, es imposible permanecer indemne al contagio, y lo digo porque jamás me hubiera imaginado encontrarme un día verificando los lugares de nacimiento de los pintores expuestos en el Museo del Prado para manifestarles a este puñado de colegas titiriteros que bajo sus intenciones restrictivas, los artistas nacidos en Madrid no llenarían hoy ni un simple pasillo del citado museo".
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