En la población, un conocido empresario contrata a un montón de inmigrantes sin papeles por un sueldo de miseria. Trabajan en el campo o en la fábrica de conservas. Durante el periodo de recolección habilita unos viejos graneros donde duermen en camastros de paja o tirados sobre cartones. Unos cuantos vecinos hacen de capataces. El alcalde le debe el puesto, porque le paga la campaña electoral. Junto al ayuntamiento la casona de un indiano ha sido convertida en museo etnológico y la antigua escuela de chicas es ahora una biblioteca, en la que los chavales se conectan a Internet para hacer los trabajos del colegio. Todo ha sido financiado por uno u otro de los hijos de Don Ramiro. La mayoría de la gente que trabaja en las dependencias municipales, en las instalaciones deportivas o en la empresa que hace las labores de jardinería debe sus puestos a los ramiros. Este era propietario de las fincas más grandes y se decía que en su tiempo sólo trabajaba quien él quería. En alguna de sus fincas, las cercanas al pueblo, se ha ido construyendo el arrabal, la industria conservera, que envía su producción a centroeuropa, el complejo deportivo y
Siempre hubo posiciones encontradas entre los vecinos con respecto a don Ramiro. Se cuenta que hace años, en una época turbulenta, un grupo de jóvenes, tras unas copas, asaltó la casona de la cuesta para matarlo y repartirse los despojos. En la refriega murió un hermano suyo, la mujer y un niño de teta desaparecieron. Se habla de brutalidades cometidas en el vecino convento de las clarisas. Al parecer durante un tiempo algunos hombres hicieron suyas las fincas de don Ramiro y las trabajaron asociados en cooperativa. La fábrica la llevaron los propios obreros. Hay quien habla bien y quien habla mal de aquel periodo. También quien habla de venganzas en los años que siguieron. Hay ojerizas, y cada cual cuenta la historia a su modo, achacando las atrocidades al vecino y las bondades al bando propio. Cuando don Ramiro murió de viejo, los hijos hicieron algunos cambios. La fábrica de conservas se transformó en complejo agroalimentario, las fincas pasaron por diferentes cultivos buscando las subvenciones a la moda, ahora remolacha, ahora lúpulo o girasol, ahora lino. Arrancaron las cepas del viñedo para plantar una variedad francesa y un arquitecto de renombre les hizo una bodega de diseño. Durante décadas fueron haciéndose con las viñas de los que emigraron a Alemania.
De los dos hijos, uno, al que llaman pichalegre, sigue los pasos del padre y se rumorea que abusa de las inmigrantes a cambio de trabajo. El segundo, el más fino, Ramirín, lleva lo de la urbanización del Castillo, mil viviendas de las que un tercio aún no se han vendido.
Como en el caso del padre, siempre hay quien quiere tener pleitos con los ramiros, aunque nunca se ha puesto una denuncia. El grupo de Agapito dice tener dos denuncias redactadas contra el mayor. Una a cuenta de la explotación de los ilegales y otra por lo de los abusos. A la hora de la verdad, pocos han apoyado a Agapito. Hay quien dice que, aunque la paga sea mísera, los ilegales no son tales, sino contratados en origen, y para la segunda no encuentran mujer que quiera poner su nombre en la denuncia. El grupo de Santi, que suele echar una partida al tute todas las tardes en la cafetería de la esquina, propone enviar una delegación a hablar con Ramirín y rogarle que pida a su hermano que deje a las mujeres tranquilas y que ofrezca contratos de trabajo a los inmigrantes. Pero la comisión no se crea. Siempre hay quien veta la propuesta. Para algunos la actual prosperidad del pueblo debe mucho a don Ramiro. Se han reformado tres casas rurales, unos franceses han montado un hotel gracias al museo y a las excavaciones de la villa romana, hay un hospital y un instituto de
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