La cámara recoge mejor la imagen, el gesto, las formas que las palabras del discurso organizado. Admite mejor las frases cortas, enfáticas, la modulación del tono de voz que la ristra de cifras o el encadenamiento de frases subordinadas. Demasiados datos dispersan la atención. Especialmente en este tipo de debates políticos no se trata tanto de convencer como de atraer al votante. En ese aspecto la cara amable, aunque agresiva, de ZP está mejor preparada para ser recogida por la cámara que el gesto circunspecto de Rajoy.
ZP se ha presentado con un plan para quedar bien delante de la cámara. Rajoy carecía de ese plan. ZP ha iniciado cada franja del debate con listas de propuestas más o menos inteligibles para acabar con un ataque directo, personal, a su contrincante con la intención de no dejarlo hablar y de desordenar sus ideas. Rajoy ha intentado organizar un discurso lógico y, aunque ha mantenido la calma, no siempre ha podido hablar ordenadamente. En muchas partes se ha precipitado por querer ofrecer demasiados datos, al contrario que ZP cuyo interés era llegar al corazón del espectador, mirando directamente varias veces a la cámara, midiendo el ritmo de su respiración, enfatizando lo que decía, pausando su voz. En casi todo el debate, especialmente en la primera parte, ha llevado la iniciativa. Agresivo con su oponente, seductor con el votante. Técnico, distante, intelectual, Rajoy ha sido traicionado por su educación y por los prejuicios que arrastra un hombre de derechas.
De este tipo de encuentros no puede salir un debate de ideas franco y de utilidad. Demasiada gente delante del televisor. Demasiados asesores, analistas, militantes, votantes a la expectativa como para que el político pueda ser espontáneo. Demasiados institutos de opinión con las encuestas prefabricadas como para que puedan ser creíbles. Las encuestas y los políticos.
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