¿Están cambiando los tiempos? Por fin una película como las de antes, policías buenos, sin mácula, al servicio de la ley y el orden, mafiosos malos de una pieza. Y en medio otro hombre bueno que está en el campo equivocado, pero sin él saberlo. Indicio de que la peli quiere ser una peli de las de antes es que comienza con fotos en blanco y negro del cuerpo de policía de Nueva York: De otro modo no estarían justificadas porque la acción se sitúa en 1988. No es la única película de los últimos tiempos que no juega a la ambigüedad, ni a la ironía, ni a turbios personajes que acaban redimiéndose. También la reciente American Gángster, a pesar del protagonismo de un Denzel Washington mafioso y simpático, diferencia con nitidez el campo de la ley del campo del delito.
El individuo que se da cuenta a tiempo de que está en el campo equivocado es el personaje que interpreta Joaquin Phoenix, una especie de hijo pródigo. Trabaja en una sala de fiestas regentada por una familia rusa que lo ha adoptado como un hijo y cuyo negocio no es tan honrado como parece. En su verdadera familia, un jefe de policía y un hermano también policía, no se siente del todo integrado porque no ha seguido el camino que su padre había trazado para él. El aparente drama familiar de destinos cruzados, entre el hijo amado y el díscolo, no dura, sin embargo, más de una secuencia. La violencia cae sobre la familia de policías y el chico díscolo se pone con prontitud de parte de la ley, con lo que la peli pasa de prometedor drama psicológico a simple película de acción, no muy bien resuelta además en las últimas secuencias. El guión no está muy elaborado y las interpretaciones son algo esquemáticas (Phoenix, Mark Wahlberg, Robert Duval). No así una Eva Mendes explosiva, cuya presencia enciende la pantalla.
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