Freud tuvo una vida sexual muy limitada. Durante los cuatro años de su noviazgo no mojó, si se me permite el vulgarismo. Durante los primeros nueve años de su matrimonio sus encuentros sexuales con su mujer se limitaron a embarazarla varias veces –seis- y a partir de los 40 años restringió esos contactos porque reprobaba los preservativos y los anticonceptivos, a los que consideraba psicológicamente dañinos.
Con estos datos no se comprende que durante tantos años se considerase al psicoanálisis asociado a la libertad sexual, al feminismo y a la normalización de la homosexualidad. Así, por ejemplo, sostenía que la homosexualidad era una forma de inmadurez, narcisismo y complejo de Edipo no superado. Incluso prohibió que los homosexuales pudieran ser psicoanalistas porque el análisis no los curaba de su “perversión”. Cuando Stuart Mill, en La opresión de la mujer, defendió la igualdad de los géneros, Freud comentó: “Este hombre está loco”. Escribió en una carta: “La naturaleza decide el destino de la mujer al darle belleza, el encanto y la bondad… Si yo viese en mi dulce niña a una competidora, le diría… que la amo y le imploraría que se retirase de la lucha para refugiarse en la tranquila competencia de mi hogar”.
Ese pensamiento no era sólo un prejuicio privado, llegó a incorporarlo a su corpus psicoanalítico. La mujer es un varón frustrado, como explica su teoría de la envidia del pene, para justificar la inferioridad de la mujer. Incluso, la primera mujer psicoanalista, Marie Bonaparte, bajo la atenta mirada de Freud, predicó la mutilación del clítoris “para mejorar el cumplimiento de la función normal”.
Freud fue un defensor de la familia tradicional, de la pareja monógama y del papel de la mujer como esposa y madre. Asumía a veces contradicciones irresolubles, por ejemplo, la represión de los deseos sexuales estaba en el origen de la neurosis, pero, a su vez, la liberación de estos provocaba la destrucción de la cultura.
Las obras que realmente influyeron en la liberación de costumbres, no las escribió Freud, sino gente como Alfred Kinsey o Master y Jonson.
Juan José Sebreli, de quien tomo estos datos en El olvido de la razón, considera que Freud más que un liberador sexual, un científico o un terapeuta era un hombre de letras que cultivó la novela del realismo psicológico al modo de Dostoievski, Schnitzler o Proust. Sus análisis respondían a las intrigas y conflictos de las casas cerradas de la familia pequeñoburguesa, represiva y patriarcal, de finales del XIX y el XX. Él mismo se refería a sus famosos casos -Anna O., el Hombre de los Lobos, el pequeño Hans o Leonardo: “Mis historiales parecerían carecer del severo sello científico que se acostumbra y son leídos como fragmentos literarios”. De hecho confesó que los análisis le aburrían y reconocía la imposibilidad de la curación a partir de la terapia psicoanalítica: “Nunca he sido partidario de la terapia” o “Hay tres tareas imposibles, gobernar, educar, curar”.
Para desgracia de los neuróticos otros fueron más lejos aún que Freud: el psicosocialismo de Adler, la revolución social a través del orgasmo de Reich, la religiosidad de Jung, la adaptación a la sociedad de los culturalistas americanos o la utopía de Fromm que quería cambiar la sociedad cambiando a cada uno de sus miembros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario