lunes, 11 de febrero de 2008

Electra

"Nos penetra de tal manera que las más secretas profundidades interiores se agitan en nosotros y lo verdaderamente demoníaco, lo natural que mora en nuestro interior, suena en oscuras y embriagadoras vibraciones"

Hugo von Hofmannsthal

Hugo von Hofmannsthal lleva la Electra de Sófocles al sentimentalismo desaforado del expresionismo alemán y Richard Strauss a las brumas posrománticas que indujo la herencia wagneriana. En el drama griego, Electra espera a su hermano Orestes para vengarse de la muerte de su padre Agamenón, a manos del usurpador Egisto y de Clitemnestra, mujer de aquel y madre de Electra. En la versión de Hugo von Hofmannsthal (1909), en la atmósfera de la Viena de principios de siglo dominada por el psicoanálisis, la protagonista absoluta de la obra es la sed de venganza de Electra, sometida al impulso, "lo natural que mora en nuestro interior".

En esta versión del Liceo las sombras expresionistas han sido sustituidas por el decorado de un palacio cárcel de un país totalitario, con cabinas de vigilancia y carceleras al estilo de la Alemania comunista del Este. Hay una cierta contradicción entre la exposición psicológica de los distintos personajes sometidos al desasosiego freudiano y ese decorado grisáceo e impersonal de las sociedades totalitarias de la Europa del siglo XX, en las que las biografías personales habían dejado de existir a favor de la colectividad. Parece como si las voces y la música desgarradas se diesen de bruces con una escenografía tan impersonal.

La reflexión filosófica de Sófocles en torno a la injusticia y el orden natural quebrantado y su necesaria reparación, de la que depende la libertad, desaparece en una indefinición política y moral, propia de tiempos donde domina el relativismo moral, tanto en la Viena finisecular como en la Barcelona actual. Todo gira en torno al dolor de Electra y su deseo de venganza. El apolíneo Orestes, portador de la racionalidad y la justicia desaparece ante la pasional y dionisiaca Electra (influencia del Nietzsche del origen de la tragedia), que representa a las fuerzas naturales.

Si el sorprendente final, que no desmerece de la más sangrienta película gore –la influencia de Calisto Bieto está haciendo estragos- en el que todos los personajes aparecen degollados, va en esa línea del relativismo moral, -todos son malos, imagen especular del todas las opiniones y posiciones son iguales-, lo inexplicable, como no sea desde un esteticismo injustificado, es la piedad que el director de escena monta con Clitemnestra en brazos de su hermano, el vengador y único superviviente de la tragedia, Orestes, con beso incestuoso incluido. Aún me pregunto que ha querido decir el dramaturgo Guy Joosten.

No juzgo a actores, músicos y cantantes, que se entregaron, como cabía esperar. Strauss con la enorme orquesta que pone en juego consigue crear una atmósfera musical absorbente y opresiva que impide que el oyente pueda aislarse de lo que ve y oye para juzgar con objetividad. Una obra de estas características se aviene con la naturaleza romántica y sentimental de la sociedad catalana –de sus élites, quiero decir- así que el teatro en pleno aplaudió a rabiar.

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