martes, 12 de febrero de 2008

Encuentro con el Otro

Dos cosas confiesa Ryszard Kapuściński (1932-2007), poco antes de morir, que “el tema de mi vida son los pobres” y su profunda incompatibilidad hacia su grupo, su cultura, su país. Esas confesiones venían en Lapidarium y La guerra del fútbol respectivamente y ahora las recuerda en Los cínicos no sirven para este empleo. Con ese bagaje ideológico se dio a viajar por el mundo, África en especial, para conocer al Otro, así con mayúscula. Mientras pudo trotar con libertad escribió magníficos libros, algunos entre los mejores libros de viajes: La guerra del fútbol, El Emperador, El sha, Ébano y por encima de todos el que dedicó a describir el mundo carcomido del Imperio soviético. De vuelta a casa, ante la imposibilidad de seguir trotando, se dedicó a dar conferencias y a confeccionar pastiches literarios como este Encuentro con el Otro, un libro blandito donde se demuestra la falsedad del adagio más sabe el diablo por viejo

En Encuentro con el Otro Ryszard Kapuściński descubre, como también lo ha hecho su compatriota Zygmun Bauman, que le duele Europa. Ambos están asustados por la gran invasión de Europa por los no blancos. (¡Los no blancos dominan el mundo, en más del 80 %!).

Partiendo de la hipótesis no confirmada de Sapir-Whorf, la del llamado relativismo lingüístico, aquella que afirma que el pensamiento se forma a partir del lenguaje y que en consecuencia cada comunidad, cada pueblo, crea su propia imagen del mundo, llega a la conclusión de que lo que le separa del Otro es el color de la piel, las diferencias nacionales y la religión. Diferencias insoslayables, dice, y por tanto hay que conocerlas y enfrentarse a ellas. Cómo, con una actitud parecida a la que propone el diálogo de civilizaciones. “No hay culturas superiores ni inferiores, sólo hay culturas diferentes”. Diálogo, pues y buen rollito (tolerancia, entendimiento y compenetración). Es curioso, pero ni él ni los que defienden el multiculturalismo se dan cuenta de que en esa visión coinciden la extrema derecha, la extrema izquierda, los nacionalistas y los retroprogres, unos para defender privilegios y excepciones y otros, del tipo cristianos de base, por su mala conciencia de pecadores consumistas que viven sobre los hombros del Otro.

Así que Kapuściński, tratando de restañar alguna vieja culpa, trata de cerrar el bucle de su vida honorándola con un bel morir, una teoría que hermane todas las razas, que amiste al Uno con el Otro. Y claro, esa teoría la encuentra en el pensamiento cristiano. Dice que, al modo de Malinoswki, fue al mundo y plantó una tienda en medio de culturas extrañas (Malinoswki en las islas Trobiand, Kapuściński en África), porque “para poder juzgar hay que estar allí y compartir un poco de su vida”. Bueno, en realidad, no fue del todo así, porque como demuestra en estos libros, la teoría ya la llevaba en la cabeza. Emmanuel Levinas, por ejemplo: la sociedad de masas, las ideologías totalitarias y frente a ellas el individuo. El gran acontecimiento, dice Levinas, es el encuentro con el Otro. El Otro como yo es un individuo y es único. Alto ahí, le reprocha Kapuściński, el Otro de Levinas es blanco y es occidental. Y no. Hay un mundo multicultural ahí fuera y la globalización lo está tornando asimétrico. El orden de la guerra fría se ha desmoronado y con el, el eurocentrismo. Muchos países asumen la democracia, pero apenas se interesan por Europa, constata apesadumbrado Kapuściński. “Los Otros proyectan luz sobre mí”. ¿Por qué los blancos se odian, hasta asesinarse por millones?, le interpelan en África. Se ve que al bueno de Kapus las matanzas de hutus y tutsis no le tocó cubrirlas. No estuvo en esa guerra. Así que ahora se avergüenza de cuando, viajando por África y sintiendo la soledad, se acercaba jubiloso a cualquier blanco con el que topase. ¡A un blanco imperialista y enemigo de clase! En las últimas páginas recurre al filósofo cristiano y polaco, padre Josef Tischner, amigo y confidente del papa Woytila, con el que afirmaba cosas como que "las ideologías del mal están profundamente ancladas en la historia del pensamiento filosófico europeo", para recuperar esa insustancial filosofía del diálogo.

El tenor idealista y prejuiciado del periodista polaco se ve en estos dos ejemplos que coloca al comienzo de Encuentro con el Otro. En la China clásica, dice Kapuściński, se representaba al extranjero como perro, rata o reptil y era considerado como excremento del diablo o en todo caso como un pobre desgraciado que había tenido la mala suerte de no haber nacido chino, y si venía del mar como un monstruo marino. A lo que contrapone la hospitalidad de la Grecia homérica: “Allí en la naturaleza de cada mendigo y de cada vagabundo extraño se sospechaba un origen divino”. Evidentemente el primer ejemplo es una generalización y el segundo una construcción literaria. Una pena, porque esos prejuicios no aparecían cuando, con plenas facultades, se dedicaba a relatar los hechos que veía en unos libros con los que he disfrutado como pocos. Descanse en paz el gran reportero.

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