viernes, 18 de enero de 2008

Los escritores cumplen años... y luego mueren

Uno de los mayores mitos que nos ha transmitido la modernidad es el de la literatura. El aura que acompaña a los libros. Algo parecido pasa con la música o la pintura. Los libros no dejan de ser productos humanos, imperfectas aproximaciones a la realidad, configuraciones más o menos bellas. Como no tiene ningún sentido convertir en seres humanos especiales, genios nos dijo el romanticismo, a quien ha escrito libros. Resulta patéticas las reverencias en forma de homenajes y distinciones a hombres que alguna vez escribieron algo memorable, hombres que han devenido sombras de lo que alguna vez fueron. EP es especialista en celebrar anualmente cumpleaños como los de García Márquez, a quién llama Gabo, o de Francisco Ayala con grandes despliegues de páginas huecas, llenas de hojarasca.

Esta anécdota que cuenta Muñoz Molina a propósito del último Alberti es significativa:

“La última vez que vi de cerca a Alberti fue el día en que cumplió ochenta años. Me dijeron que sería una comida entre amigos, y que a Alberti sin duda le gustaría que le llevara como regalo mi primer libro, dedicado. Llegué al restaurante y los amigos serían más de cincuenta. Me tocó sentarme, claro, muy lejos de Alberti, en lo que un amigo mío llamó "la mesa de los chóferes". Ya a los postres me armé de valor, animado por Luis García Montero, y con mi pobre libro recién publicado (y pagado por mí) en la mano me abrí paso hasta la cabecera, donde Alberti, vestido de Alberti, parecía dormitar, la cara colgando sobre el pecho rayado de la camiseta como una máscara de goma, cansado y aburrido de la gente, de la duración de la comida.

-Rafael -dijo Luis, inclinándose sobre él con el libro en la mano, mientras yo me quedaba atrás, muerto de vergüenza-. Este compañero quiere regalarte su libro.

Sin volverse del todo Alberti entreabrió los párpados y sólo contestó, sin mirarme:

-¿Por qué? –“

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