La prosa de Corman McCarty es eficaz describiendo el paisaje de la tierra devastada en su última novela, La carretera. Un mundo sin vida en el que unos pocos hombres deambulan como sombras en busca de improbables restos de comida. Aparte de esas figuras en trance de extinción, de las que sabemos muy poco, ¿de dónde vienen?, ¿cómo han sobrevivido hasta el momento en que aparecen en el presente de la narración?, nada sino chatarra y cenizas queda en la superficie de
Frases cortas, descarnadas; descripciones secas; escenas como fragmentos de un montaje cinematográfico (de hecho ya se está preparando una película), donde la música ha desaparecido y dónde la desolación sólo es interrumpida por breves hallazgos de comida en un campo de manzanas pochas, en un bunker soterrado o en un barco escorado, que supone un respiro en las expectativas emocionales del lector.
En esta novela, la rudeza expresiva de Corman McCarty alcanza su paroxismo. Sólo se permite una mirada indulgente sobre sus dos protagonistas, un padre enfermo y su hijo, en especial sobre el niño, al que hace portador del fuego, así como alguna pequeña excursión metafísica, recurso ya aparecido en anteriores novelas, de difícil comprensión y que, desde mi punto de vista, desmerece de su escueto estilo y no aporta nada a la parábola que construye, con fuerza por sí misma como para no necesitar esquejes de sentido.
Porque parábola es esta novela, premio Pulitzer, en la línea de las utopías negativas del tipo, 1984 o Un mundo feliz, literariamente superior a ellas y sólo comparable a
Sin embargo, para que esta novela hubiese sido plenamente eficaz, es decir, una verosímil utopía realista, le sobran dos cosas: el protagonismo simbólico del niño, esa cosa risible de portador del fuego, convertido en esperanza de la humanidad y las últimas líneas del libro, dónde el niño, tras la muerte de su padre, es recogido por una comuna de supervivientes buenos. Si aconteciese una catástrofe como la descrita no existiría futuro para la humanidad. Tampoco el autor ha sido consecuente con su trasfondo antirrousoniano, pues si en situaciones límite el hombre se comporta de forma egoísta, hasta el asesinato y la antropofagia, no es verosímil que se creen comunidades de buenos cuando no queda nada por compartir.
Esta burlona propuesta de Jordi Llovet para el estudio de la filología en las facultades de letras:
“Diré de passada que, ara que es congrien —hi haurà tempesta— els nous plans d’estudi a tot arreu, les facultats de Lletres farien bé d’ensenyar solament Filologia Clàssica, Semítica, Romànica i Neoibèrica —gallega, catalana i castellana barrejades—, i aquesta solament fins a l’any 1615, que és l’any de
1 comentario:
T'odio de bon rotllo, company. Com se t'acut posar el final del llibre? En porto la meitat i havia pensat llegir què n'havies escrit. Spoiler!!!
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