“De ahí, supongo, mi tendencia a identificarme con el victimario más que con la víctima. Es el matarife a quien descubro como mon semblable, mon frére; es en él que trato de adivinar el misterio de mi naturaleza humana. El morir y el miedo a morir apenas caracterizan mi "género común"; es sólo la capacidad de matar, y matar a conciencia, lo que define y constituye mi "diferencia específica": la de homo occisor”.
¿Identificarse con el verdugo o con la víctima? Este hombre dice que sólo puede identificarse con el victimario. Ya es muy significativo que así llame al que hace fechorías. Comprender al verdugo, explicar sus actos, sus motivaciones, su estructura mental, puede ser un trabajo que interese a ociosos psicólogos o sociólogos y a algunos políticos que estudian cómo obtener réditos de aquellos y de estos. Empatizar con él y decir que a todos nos resulta más fácil identificarnos con el verdugo que con la víctima explica esa incomprensible atracción que sobre algunos ejercen el terrorismo, los dictadores de izquierda o del tercer mundo o los regímenes asesinos de Stalin o Mao.
La democracia frente al despotismo es una conquista racional, como lo es el diálogo frente a la violencia, la ley frente al caos o la ciencia frente al mito. La civilización, el Estado, la ley son el resultado de esas conquistas. El hombre maduro es el que no da crédito a la fantasía, y funda su comportamiento en acciones racionales. Una suma de pereza, interés y cobardía, comportamiento que a veces ha sido ensalzado como romántico, ha hecho que en la historia muchos hombres se hayan comportado con indecencia. Pero incluso en situaciones límite, en
Este artículo sólo lo puede escribir un místico, que no confía en exceso en el comportamiento racional y que cree que el sentimentalismo y la fantasía son vías correctas de enfrentarse a la realidad. Es un filósofo, lo que habla a las claras de la decadencia de la filosofía, frente al empuje de la ciencia y la fuerza de los datos.
Una lectura de Juan José Sebreli evitaría tanta tontería:
–Dice que el irracionalismo contemporáneo, a cuya crítica dedica el libro, arranca con Dostoievski. ¿Debe rendir cuentas la literatura de, en sus palabras, “la estupidez postmoderna” y el pensamiento débil?
–Sí, la literatura ha ejercido tanta influencia como la filosofía en el auge del irracionalismo y, tal vez más, porque llega a un público más amplio. Las citas de Dostoievsky en mi libro son muy elocuentes. Knut Hamsun, que fue muy estimado por Heidegger, atacaba la modernidad y terminó apoyando al nazismo. El teatro del absurdo es otro ejemplo. Debo hacer, sin embargo, la aclaración de que tanto el arte como la literatura, a diferencia de la filosofía y las ciencias sociales, tienen cierto atenuante, su objetivo antes que la verdad es la belleza y puede haber obras literarias valiosas como Viaje hasta el fin de la noche, de Celine, a pesar de sus ideas abominables.
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