Una trama confusa que avanza hacia su desvelamiento, no es nuevo: un héroe, en este caso héroe de guerra, que se hace consciente de su condición melancólica, tampoco lo es; una investigación policial sin futuro que, por circunstancias casuales, se pone en marcha y encuentra pruebas que se ocultaban, tampoco. Han ido pasando, el héroe crepuscular de los western, el antihéroe de los film noir, el hombre cualquiera que se enfrenta a fuerzas que le sobrepasan, el profesional de fe inquebrantable que duda de que las cosas no sean como parecen. De todos esos esquemas narrativos bebe este ágil y tramposo guionista y director. De su cuenta añade la del héroe que no llega a serlo, que por el camino deviene malhechor.
En síntesis la peli trata de esto: Un padre, héroe de otras guerras busca a su hijo con la ayuda de una policía honesta, en medio de policías y miliares que están de vuelta de todo. El trasfondo de la guerra de Irak, convertida por los media en el prototipo de guerra sucia, equivocada, criminal, donde los USA habrían cometido su mayor torpeza. Unos jóvenes, a los que les comienza a crecer la barba, enviados allí, que topan con un escenario de horror. A medida que la peli discurre, el padre va descubriendo la verdad y perdiendo la fe, y el espectador va reafirmando las convicciones que ya tenía antes de entrar en el cine.
Paul Haggis es un buen guionista y un interesante director, pero como tantos otros le falta inteligencia y fe en la gente del común. Así que hace una peli de tesis: esta guerra, las guerras, son un desastre, destruye a los hombres que tengan que ver con ellas. Es un punto de vista interesante que se podría discutir. Él no lo hace. Prefiere estimular emocionalmente al espectador para que asuma esa idea. Los políticos que abrazan a niños en sus campañas electorales nos repugnan. Haggis no tiene empacho en organizar su película de modo que confluya en el atropellamiento de un niño iraquí, por no desatender una orden de cumplimiento obligatorio. El atropellamiento mortal trastorna a los jóvenes soldados, los convierte en zombis. Como en los primitivos renacentistas obsesionados por la perspectiva, Haggis lleva a sus personajes, al guión, al montaje, y con ellos al espectador, hacia ese punto de fuga. No hay nada más. Ni un militar que presente un punto de vista honesto, razonable; ni enemigos con rostro, que defiendan ideas buenas o malas que se puedan o deban combatir.
Es una manera de hacer que nos retrotrae a una época anterior al renacimiento, cuando los hombres eran analfabetos y la aculturación estaba en manos de clérigos que de manera didáctica, con imágenes, enseñaban a la gente en qué había que creer. Como la tesis a difundir es sencilla, Haggis no se ha esforzado mucho esta vez. El título, En el valle de Elah, remite a aquella historia en la que un pastorcillo, David, ha de enfrentarse a un guerrero temible, Goliat. Aquí, en el relato que Tommy Lee Jones le cuenta al hijo de Charlize Theron, el pastor es un niño enviado a combatir desnudo y sin protección, y Goliat un monstruo informe. Parece que de nuevo estamos en manos de clérigos.
1 comentario:
Siento discrepar ENORRRMEMENTE con tu exposición, quizá me haya cegado la impactante coherencia ideológica y estética de este peliculón (nada maniqueo ni simplista com tú afirmas), pero no he podido evitar comentarlo en mi propio blog. Es de lo mejor no del 2008, sino de los últimos años.
Publicar un comentario