jueves, 15 de noviembre de 2007

“Ser la modelo del pintor me amargó la vida”

Este cuadro la hizo famosa, pero le jodió la vida.

María Teresa López tenía 17 años cuando Julio Romero de Torres la pintó abrazada a un cántaro, a finales de 1929. Meses después la volvió a retratar, junto a un brasero, atizando el picón, en el último cuadro del pintor. Desde entonces, se la conoció como La chiquita piconera. La fama le vendría porque entre 1953 y 1978 esta chica, morena de ojos negros con el pelo recogido, apoyada en el cántaro de cobre, ilustró el dorso del billete de 100 pesetas amarronado. Fue objeto de coplas y de chismes. Por la calle la insultaban. Romero de Torres, mujeriego, bebedor, compañero de tertulia bohemia de Valle-Inclán y Ramón Gómez de la Serna, amigo de toros y de juergas, parece que se obsesionó con ella.

María Teresa López dejó unas memorias manuscritas:

Un verano noté que estaba nervioso. Entonces llegaba hasta mí y me estrujaba tanto que me hacía daño. Yo no me encontraba a gusto a pesar de que todavía era una niña y no sospechaba la razón de esos extraños abrazos. (...) Pero empecé a tomarle miedo. Cuando nos quedábamos solos yo temblaba y estaba deseando que llegase alguien de la familia. No sabía por qué, pero no me gustaba...” (…).

“Hasta mi padre me pegó un día al llegar a casa harto ya de tantas murmuraciones y poco menos que acusándome de haberme acostado con él. ¡Pero si yo no hice nada! Al poco tiempo me eché un novio y ni él mismo confiaba en mi virginidad. Estaba tan seguro de que me había acostado con el pintor que me obligó a hacer el amor antes de casarnos para comprobarlo. Cuando vio la sangre se quedó tranquilo. Y tuve tan mala suerte que me quedé embarazada a la primera. Poco después contrajimos matrimonio por lo civil y nació mi niña, a la que llamamos Paquita”. (…)

“En medio de innumerables perrerías que no puedo contar. Ese hombre me trataba como a una mujer de la calle, llevándome a sus amigotes a casa para que me acostara con ellos, cosa que no hice a pesar de las palizas que me daba”.

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Sorprendentes maneras de ajustarle las cuentas a la realidad:
En el primer titular, la administración de las cosas le dicta a la realidad sus causas,
en el segundo, la administración del espíritu se muestra benevolen
te con sus errores.

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