domingo, 7 de octubre de 2007

Promesas del Este

En una escena central, a la puerta de una casa de clase media de un barrio londinense, el mafioso le dice a la chica, una comadrona que se ha cruzado en su camino, no traspases el límite, quédate con los tuyos, con la gente normal.

El protagonista de la película, sin embargo, chofer de una familia de mafiosos rusos, sí que ha traspasado o está a punto de traspasar el límite.

De eso van las últimas películas de David Cronenberg. El Cronenberg maduro. Individuos que se encuentran con circunstancias que les dan pie a comportarse de forma anormal o extraordinaria. Porque se ven obligados a ello, porque no tienen otra opción, o porque se creen en la necesidad de cumplir una misión.

Quizá el propio Cronenberg no haya sabido desde el principio qué ese era su tema, quizá se haya encontrado con él, le haya gustado y le esté dando vueltas. El caso es que en al menos sus tres últimas películas sus protagonistas aparecen con esa condición. En la primera, Spider, un atormentado Ralph Fiennes busca en los recovecos de su memoria los cristales rotos de su identidad; en Una historia de violencia, un padre de familia con dos hijos, del medio oeste americano, Viggo Mortensen, se ve obligado a recuperar un pasado que había querido olvidar, ahora en Promesas del Este, el protagonista, otra vez Viggo Mortensen, sale de su neutro trabajo de chófer de una familia mafiosa y se ve implicado en una historia que le lleva a adoptar un papel con el que no contaba. Salir de la vida normal, para los personajes de Cronenberg, es implicarse en escenas de una violencia inusitada. La violencia es el límite a traspasar. Ya no volverán a ser los mismos y los personajes con los que podrían haber vivido o han estado viviendo hasta entonces ya no le podrán acompañar. Traspasar el límite es también convertirse en un solitario, un ser extraño para los suyos, un desarraigado.

Quizá está última película no sea tan limpia, tan depurada formalmente como las anteriores, en Spider apenas se habla, el espectador asiste en silencio a la reconstrucción de la identidad fragmentada del protagonista; Una historia de Violencia es como una película del oeste, sus personajes con caracteres de una pieza se ven enfrentados a la tragedia que se les viene encima; sin embargo en Promesas del este el guión está más elaborado, el tema mejor desarrollado y el personaje central es más complejo, debatiéndose entre la humanidad que no quiere perder y la brutalidad a que se ve abocado. Cronenberg siempre ha contado con un muy buen equipo para hacer sus películas, buenos guionistas, Patrick McGrath adaptaba su propia novela en Spider, Peter Suschitzky elabora en las tres una fotografía inconfundible y Howard Shore lo mismo con sus tres composiciones musicales. Viggo Mortensen está espléndido, como lo están Naomi Watts y, especialmente, Armin Mueller-Stahl, que borda un mafioso de antología.

Incomprensiblemente la peli se ha ido de San Sebastián con las manos vacías. Habrá que ver cómo son las que se han llevado los galardones.

El experimento de Cronenberg es interesante. De momento sólo produce objetos de entretenimiento, cada vez más complejos eso sí. Para ser un grande (más allá de los aires de Dreyer, las semejanzas con Kaurismaki, el parentesco con el Coppola del Padrino) necesita algo más. Veremos por dónde sigue.

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Veo de nuevo, Vivre sa vie, de Godard, de cuando la vida era de los jóvenes, cuando todo comenzaba de nuevo. Un renacimiento. Toda una generación estaba muerta, en los campos de batalla o en su espíritu derrotado, así que había que empezar a vivir de nuevo. Es como el pistoletazo de salida a lo que iba a venir después, los Beatles, las flores, los hippies, el pelo largo, el rechazo de la vida seria de los adultos muertos.

La película es sorprendentemente más sencilla de lo que recordaba, sencillez que casi llega a la abstracción como en las pelis de Dreyer (larga cita de Juana de Arco). Con referencias a Platón y a Poe (vivir es vivir la vida o la vida está reflejada en el arte; la peli reproduce el esquema del cuento de Poe, El retrato oval, el artista que consigue capturar la vida por encima de la propia vida). Como en la música del primer renacimiento o como en la pintura de Giotto, se ve el andamiaje debajo. Todo comenzaba de nuevo, un camino que nos ha traído hasta aquí, a esta vida que ya no se vive por primera vez.

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