miércoles, 10 de octubre de 2007

Mirando a los mirones


Estas fotografías se expusieron en Japón en 1979, luego fueron destruidas. Ahora, a partir de las impresiones conservadas, el fotógrafo Kohei Yoshiyuki las vuelve a exponer en Nueva York, después de venderlas a grandes museos.

Cuenta Yoshiyuki que a principios de los setenta, trabajando como fotógrafo publicitario, paseaba de noche por el parque Chuo de Shinjuku, cuando se percató de que había una pareja en el suelo y que un hombre se arrastraba hacia ella, seguido por otro.

“Antes de tomar esas fotografías, estuve visitando los parques durante seis meses sin sacar fotos”, cuenta Yoshiyuki. “Sólo iba allí a hacerme amigo de los mirones. Para fotografiarles, necesitaba que me considerasen uno de ellos. Me comportaba como si tuviese el mismo interés que los mirones, pero llevaba una cámara pequeña”. Las fotos las pudo hacer con una cámara Kodak de infrarrojos. El fogonazo de las lámparas de infrarrojos se parece a las luces de un coche que pasa.

“Al principio los mirones intentan observar a la pareja desde lejos, y después van acortando distancias lentamente desde detrás de los arbustos, intentando llegar lo más cerca posible por los puntos ciegos de los amantes, y al final miran desde una distancia muy corta. A veces eran los mirones los que intentaban tocar a la mujer, e ir subiendo poco a poco: entonces se montaba el lío”.

Video con audio de las fotos.

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Un editorial inusual de EP.

El romanticismo europeo estableció el siniestro prejuicio de que la disposición a entregar la vida por las ideas es digna de admiración y de elogio (...) En realidad, la disposición a entregar la vida por las ideas esconde un propósito tenebroso: la disposición a arrebatársela a quien no las comparta. Ernesto Guevara, el Che, de cuya muerte en el poblado boliviano de La Higuera se cumplen 40 años, perteneció a esa siniestra saga de héroes trágicos, presente aún en los movimientos terroristas de diverso cuño, desde los nacionalistas a los yihadistas, que pretenden disimular la condición del asesino bajo la del mártir, prolongando el viejo prejuicio heredado del romanticismo.

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