
Ocurre que muchos escritores que tienen un gran tema entre manos al final se arrugan y no acaban de desarrollarlo como el tema pedía, ya sea porque no confían en sus fuerzas, ya porque temen que sus lectores no les sigan hasta el final y abandonen con un bostezo lo que tanto trabajo les ha costado enderezar.
Así en El mar, de John Banville. Esta narración que el autor ha ido tejiendo con los inconstantes, fluidos y huidizos retazos de la memoria se tuerce al final hacia un innecesario melodrama cursi que bien podría servir para un clásico del Hollywood de los 50. Al proceder de ese modo reduce drásticamente el significado de su obra que de sugerir el estrago, la decadencia de un hombre cercado por la muerte –con su anuncio comienza la novela y con la consunción termina-, e incapaz como todo hombre de sobreponerse al destino fatal anunciado para cada uno de nosotros, termina por convertirse en una novela de género de un fulano cualquiera que necesita encerrarse en un cuarto de pensión de tres al cuarto, zambullirse en el olor a rancio del pasado, emborracharse y coquetear con la muerte para por fin recuperarse y escribir la novela de una historia que sólo una mente brillante puede concebir.
No es que la novela no lo sea, brillante, lo es. A veces en exceso, con descripciones interminables que ralentizan el relato -cuando la facilidad para la descripción se convierte en virtuosismo innecesario-, pero con momentos de una agudeza para captar los entresijos de la mente que recuerdan a Henry James. Banville combina la crudeza del autorretrato –del narrador, puede que del propio escritor- que como en las pinturas de Goya o de Van Gogh desaparece la piedad por uno mismo, con otros en que se nota el placer en demorarse en el detalle de una escena innecesaria para mostrar la habilidad del artesano de la pluma.
La novela combina dos relatos. El que abre y cierra y de tanto en tanto pespuntea la narración, el anuncio de la enfermedad, la agonía y la muerte de la mujer del protagonista y los recuerdos torpes, amañados, confusos de unas escenas de infancia, donde al modo de una historia de Scott Fitgerald el narrador asiste a la representación de una familia de medio ricos que secuestra la imaginación y moldea la personalidad del protagonista niño, en el momento en que este de golpe se convierte en adulto.
El tema que el escritor tiene entre manos es el de la memoria, de cómo a partir de un momento de la vida la memoria es la que mantiene el andamiaje de nuestra personalidad y de cómo vamos diluyéndonos, disolviéndonos, dejando de ser, de cómo la memoria se hace jirones cada vez más inasibles, de modo que el relato de nuestra vida se hace inconexo, desestructurado, sin sentido. Es un tema que la literatura ha tratado mucho, el propio Philip Roth, Javier Marías, no digamos Proust, cada uno a su modo. Banville añade su habilidad para la descripción, para captar esos detalles -la verdad está en los detalles- que al final constituyen la memoria.
Pero es justo en el momento en que la escritura alcanza su mayor brillantez: ritmo, densidad, acción, el momento en que los ojos arrebatados por la emoción de la escritura no creen que la vida sea más interesante ahí fuera, cuando el narrador anuncia que se siente obligado a dar un giro melodramático y convierte a sus personajes en actores de reparto, dejando de ser trasuntos de personas reales.
Mientras la leía en mi mente tenía presente la sobria Elegía de Philip Roth donde el escritor va derecho, sin alardes retóricos, a la entraña del ser humano, allí dónde éste, a solas, abandona los afeites y se enfrenta a la verdad. Eso es lo que John Banville no ha conseguido.
1 comentario:
He leído los dos libros, Elegía y El mar. No los veo comparables en ningún sentido. Creo que Banville es no solo un autor brillante sino un extraordinario tejedor de historias. Hacia el final de "El mar" solo cabía que llegase el momento que él denomina "La extraña marea", un remate lírico para captar desde una sensibilidad cercana a la suya. Ya que das la oportunidad de hacer un comentario quiero dejar aquí un voto fuerte para Banville, y un aplauso sonoro para "El mar", quizás no tan destacado como "Imposturas" o "El eclipse" pero bellísimo en su conjunto del principio al fin. "Elegía" está en otro extremo y aún siendo P.Roth uno de mis referentes, ni la veo cerca de "El mar" ni la considero tan destacable en recuerdos como "El lamento de Portnoy". Ambos autores van frenando lentamente en la fuerza de sus narraciones.
Un saludo,
Marisa
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