domingo, 1 de julio de 2007

Bajo las estrellas

Cuesta entrar en la película. Los personajes que van apareciendo son híspidos, rudos, con los que es muy difícil identificarse, a pesar del aire de comedia que provoca sonrisas negras, de las que se congelan antes de completarse. Con brochazos aquí y allá el guionista y director va mostrándonos unos seres derrotados, que se sienten culpables de que la vida les haya abandonado. Pasan los minutos y parece que aquello no tenga remedio, que nada pueda hacerlos emerger. Cualquier cosa que hacen les condena.

La muerte del padre reúne a dos hermanos, uno viene de Madrid de una relación que está acabando, un trompetista que apenas sabe tocar un tema 'Stella by starlight', el otro vive en Estella, hace esculturas imposibles y quiere ligar su vida a una mujer perdida en las brumas del pasado, del que ha rescatado como un milagro a una niña que también parece condenada. A su alrededor personajes egoístas, que como todo el mundo busca en las cosas materiales, la herencia del padre, por ejemplo, anclajes para seguir viviendo. A ellos ni las cosa materiales les sirven, al contrario practican una solidaridad animal, que no se ve y que desconoce las palabras perdón y gracias. De una situación mala siempre se puede ir a otra peor. Es lo que les sucede, cuando en una noche de niebla, se produce un atropello. La culpa se adueña de sus vidas y les hace hacer cosas que no tienen remedio. Es el punto más alto del drama y también el comienzo de la solución. El espectador por fin puede reconocerse en los personajes. Catarsis, sonrisas y lágrimas.

El director hace avanzar la trama con sabiduría, con las palabras justas, con detalles que anuncian lo que va a pasar, esperando de la inteligencia del espectador que vaya rellenando los huecos, sin recrearse en nada, ni en la música muy bien escogida, ni el paisaje que puntúa los estados de ánimo, ni en los momentos dramáticos que no se ven, ni en las luces y sombras, pero produciendo todo ello, más gracias al montaje que al movimiento de cámara, un montón de sugerencias poéticas, de sensaciones agradables y desagradables, de choques mentales que descolocan. No elude la geografía, Navarra, ni el momento histórico, el terrorismo etarra, contado en una sola escena (¡qué bien resuelta!) y en una metáfora repetida, la del buscador de minas. Al comienzo de la película parece que los actores como siempre van a fallar, pero no sucede así, van creyendo en sus personajes y al final los bordan. La peli es mucho más que todo esto, no se puede contar en una página.

La historia procede de un cuento de Fernando Aramburu, El trompetista de la utopía. Un escritor al que habría que leer más. Como esta película, habría que recomendarla encarecidamente. No sé si atreverme a decir que es la mejor película del año, por lo menos de las españolas a mí me lo parece. Un tipo de literatura, un tipo de películas que hacen que el lector o el espectador al acabarlas de ver o de leer sea mejor persona, porque ha reflexionado y ha tenido que tomar alguna decisión, por pequeña que sea, con respecto a los personajes y a sí mismo.

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