viernes, 29 de junio de 2007

William Hogarth en el Caixaforum

La de William Hogarth (1697–1764) es una exposición para aprender cosas del pintor y de su época, no para disfrutar con la alegría y el gozo del arte. No digo que no haya que aplaudir el esfuerzo que ha hecho la Caixa por montar esta amplia exposición, sino que la obra de este pintor está irremediablemente atada a su época, mediados del XVIII. No vuela más allá, por más que el comisario que la organiza pretenda convertirla en lo que no es, moderna y actual. Prostitutas, vividores, alcohólicos, ladrones, asesinos y otras gentes al margen de la sociedad respetable son los personajes que aparecen y se convierten en objeto de burla y reprensión.

Lo que no veo por parte alguna son “las audaces formas de experimentación pictórica” que le atribuye el comisario. Este burgués que ansiaba ser “artista caballero” reúne estampas de la vida de esos personajes, en forma de grabados o de pintura, como sátira de costumbres, muy del gusto de la época, para coleccionistas. De estos vive y a ellos se debe, por lo que el tono crítico que adopta ante la joven que acaba de llegar a la ciudad, que se degrada hasta la prostitución y es castigada con la sífilis, o la joven burguesa a la que su padre casa con un aristócrata para ascender socialmente, o los excesos que produce la ingesta de ginebra en los barrios populares, no es tal tono crítico, sino que sirve al ojo perverso de los coleccionistas. Es una sátira conservadora e hipócrita.

La exposición recorre series de grabados, como las 6 estampas de La evolución de la ramera o las 8 de La evolución del vividor. De ambos llegó a vender 1200 juegos. O de pinturas, como las 6 escenas de El matrimonia a la moda, esa unión entre una burguesita y un aristócrata decadente, tanto más reprobable cuanto que sigue la moda de París.

La exposición, siempre con el mismo espíritu satírico y moralista, se detiene en estampas que muestran la vida callejera, las virtudes de la vida familiar o la laboriosidad y pereza. Son los años de Jonathan Swift y Los viajes de Gulliver y los años de la epidemia de ginebra, entre 1720 y 1751.

Otra buena parte está dedicada a retratos de comerciantes, profesionales, eclesiásticos y científicos. Es fácil adivinar en ellos a los coleccionistas que le compraban sus obras, que se hacían retratar asociados a alguna virtud como la energía, la benevolencia, la modestia o la contención, como contraste con la depravación de las clases populares o el arribismo de los burgueses.

El estilo que adoptó Hogarth para sus estampas fue el de las formas narrativas populares, que él tildaba de “temas morales modernos”. Si se considerasen como bocetos periodísticos tendría su mérito, pero no parece que ahí quedase su empeño. A menudo, especialmente en sus pinturas, aparece como descuidado: asimetrías, escorzos y perspectivas mal resueltos, fondos poco trabajados, poses teatrales, como si trabajase con prisa. Hogarth no se muestra amable o comprensivo con sus personajes, a excepción de los que aparecen en sus retratos, los mira con la distancia del moralista que reprende.

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