sábado, 12 de mayo de 2007

Paris, Je t'aime

Una joven hispana acuna a su niño al ritmo de una preciosa canción. Luego recorre París de punta a punta por medio de todo tipo de transporte público hasta llegar a una zona rica dónde le espera la señora de la casa que le pide, ni no le importa, que se quede una hora más porque ese día tiene un compromiso. Sobre el llanto de un niño borroso repite sin emoción la canción de cuna mientras pierde la mirada a través de la ventana. De los 18 episodios de Paris, je t’aime, éste de Walter Salles, sin apenas palabras, es el que mejor concentra en su escaso minutaje lo que quiere trasmitir. Los demás episodios en general no valen gran cosa, por pretenciosos como el de la Coixet y su regusto por las enfermedades terminales o el del musical con aires orientales, que se lleva la palma al bodrio más disparatado en muchos años; por banales como el del cementerio de Wes Craven, el de la vampira de Vincenzo Natale o el del cowboy protagonizado por Willem Dafoe y la Binoche de cuyo director mejor no saber cómo se llama; por políticamente correctos como el del chico que ayuda a una joven musulmana a recomponer su hiyab tras una caída provocada por unos jóvenes racistas; por faltos de ideas o por repetir cosas que ya se han visto cien veces en el cine con mejor factura, como el que protagonizan Bob Hoskins y Fany Ardant. La película tiene su gracia, porque París siempre la tiene y porque aparecen un montón de actores que en general tienen que decir mucho en poco tiempo. En eso a todos les gana Steve Buscemi que compone un tipo paranoico en el metro (de los Coen) o Depardieu haciendo de maître, y dirigiendo, en un restaurante donde se encuentran dos viejas glorias (Gena Rowlands y Ben Gazzara) o el del muy pesado Alfonso Cuarón, a pesar de su largo y único travelling que sigue al sobreactuado Nick Nolte y a su pareja que no es su pareja. Quizá con mejor dirección a con algo más de desarrollo se podrían haber salvado el episodio de la actriz drogradicta (Maggie Gyllenhaal) de Olivier Assayas, el del ciego que se enamora de la guapa Natalie Portman o el de Alexander Payne, que remata la película entre la ternura y la burla de una solitaria cartera de Denver que cuenta lo que de París ve un turista cualquiera.


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Dice el Mañas en 'Bestsellerizarse' o morir: "Hace apenas veinte años, una familia de clase media leía a Vargas Llosa, a García Márquez, a Günter Grass, a Max Frisch, a Heinrich Böll y, a lo mejor, si querían darse aires de culturetas, hasta se atrevían con James Joyce o con Robert Musil. Hoy, la misma familia lee a Dan Brown, a Dan Brown, a Dan Brown, a Dan Brown y, a lo mejor, si se pasan por el VIPS de la esquina, a alguno de los tropecientos primos hermanos que le siguen saliendo a Dan Brown. No hay más que remitirse a las listas de ventas".

Cualquiera que venga del pasado, y todos solemos andar ese camino, sabe que lo que este hombre, que reconoce haber leído a Edgar Rice Burroughs, dice no es cierto. Pero queda bien decirlo y además de ese modo salpica su nombre del polvo de los grandes autores.

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