En algún momento de la vida uno piensa, en medio de una gran decepción, que el padre ya no tiene razón. Es un momento difícil, cuando esa figura cae y la vemos reducida a su cruda realidad, la de un hombre como los demás hombres. Es complicado saber cuál es el mejor momento para romper ese segundo cordón umbilical, no demasiado pronto como para que el niño se sienta desamparado ni demasiado tarde como para prolongar la infancia hasta la edad de ser abuelo. La ideología, el conjunto de valores dogmáticos con los que uno se enfrenta al mundo, y que suele sustituir al decepcionante padre, es también un espantajo del que conviene dudar. ¿Cuál es el momento adecuado para pensar que los nuestros, quizá, puedan estar equivocados? Mantenerse en el maniqueísmo de la diferencia tajante entre buenos y malos, la izquierda y la derecha por ejemplo, es tranquilizador y evita el pesado trámite de pensar por sí mismo. Y como ese trámite nos pilla ya de adultos (entrados en edad, situados laboral y familiarmente, concertados con la atmósfera social en que nos movemos) nos aferramos a la seguridad que proporciona el grupo al que estamos acogidos. Es un esfuerzo mayor, quizá menos doloroso que enfrentarse a la frágil humanidad del padre, pero tan necesario si queremos ser libres e independientes. Por eso son tan valiosas las figuras intelectuales que asumen el riesgo de concitar odios al poner en cuestión las ideas estables (dogmas) del pensamiento vigente. Es el caso de André Glucksmann, que ahora publica en España un libro, Una rabieta infantil, donde recorre los momentos más llamativos, saltos intelectuales, rupturas ideológicas, equivocaciones, hallazgos, que caracterizan a todo hombre que se aventura a pensar por sí mismo. Los sacerdotes de la ideología dominante (políticos, periodistas, tontos útiles) lo tildan de reaccionario, neocon o simplemente derechista simulador. Que a pesar de ello sea capaz de seguir pensando libremente es lo que le convierte en líder intelectual, es decir, capaz de ayudar a los que tanto les cuesta o no se atreven a pensar por su cuenta.
**Concede el Prado sus salas a nueve mujeres artistas para que dialoguen con los genios de la pintura, según el pomposo escribir del redactor de EP. Y el comisario de la exposición, Calvo Serraller, que siempre tiene a mano cosas interesantes que decir, esta vez, sin embargo, remata: "El arte no tiene edad. Ingresa desde la actualidad en el tiempo y su virtud es que ingresando en el tiempo no pasa de moda y esta exposición así lo demuestra". Hago mía una paráfrasis que Txomin Badiola hace de una afirmación de Wittgestein: "En el arte es difícil decir algo que sea tan bueno como no decir nada".
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¡Facha que eres un facha!. Comprobado: la España plural está llena de fascistas. Basta con abrir el periódico para encontrártelos, con sus caras rabiosas, sus gritos, sus gestos amenazantes.

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