sábado, 26 de mayo de 2007

El ventall de Lady Windermere

Reputaciones dudosas, alta sociedad, infidelidades supuestas, hace muchas décadas que las comedias de equívocos dejaron de interesar al público al que iban dirigidas. Si ahora se reponen algunas, como El abanico de Lady Windermere en el Teatre Nacional de Catalunya, es porque aún queda una cierta gracia en los diálogos, en las frases brillantes, en los aforismos, en las máximas, aunque la mayoría suenan a gastados por haberlos oído mil veces. ¿Tiene algún sentido volver a estas obras?, ¿un teatro público puede gastar su limitado presupuesto en obras de este tipo, o debe dejar, más bien, que sea el teatro comercial el que las monte? La intriga y las situaciones dramáticas son nimias, ya no existe un público que pueda reconocerse, el puritanismo ha desaparecido o está recluido en ámbitos que no son de este siglo. Claro que siguen existiendo las mentiras, los prejuicios, la hipocresía, la doble moral, pero no dónde señala Oscar Wilde en esta obra, sino en otros campos donde quizá el público que llena esta sala no estaría dispuesto a que se lo mostrasen. La sociedad puritana del Londres victoriano acabó por encerrar en la cárcel y destruir psicológicamente a Oscar Wilde, los espectadores actuales, que aplauden y sueltan alguna lagrimilla, cultivan otro tipo de puritanismo, los mismos espectadores que rehuyen las obras de Boadella, por ejemplo. Ni siquiera el vestuario, más hippie que lujoso, más de una fiesta de los setenta que de la Belle epoque, ni el decorado minimalista, ni el tropel de actores, al que no se les recuerda un gesto más allá de lo convencional, salvo Carme Elias, salva la función.

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No me gustaría tener una casta política como esta, aunque seguimos su camino: "Mucho ya era sabido, pero sigue impresionando que la Presidencia de la República italiana, de escasa relevancia ejecutiva, sea cuatro veces más cara que la fastuosa monarquía británica. O que la Presidencia del Gobierno disponga de 13 aviones, entre ellos cuatro Boeing 737, y aún así tenga que gastar 65 millones de euros al año (datos de 2005) en alquiler de aviones adicionales. O que el Estado sufrague más de 150.000 coches oficiales con chófer (11 de ellos asignados al Instituto Nacional de Fauna Selvática, y cinco a la Estación Experimental del Azúcar, por ejemplo). O que la Cámara de Diputados disponga de tres médicos con un sueldo anual de 250.000 euros por cabeza. Son sólo ejemplos del derroche protagonizado por una casta, largamente hereditaria, de 179.485 cargos electos".

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