
Reputaciones dudosas, alta sociedad, infidelidades supuestas, hace muchas décadas que las comedias de equívocos dejaron de interesar al público al que iban dirigidas. Si ahora se reponen algunas, como El abanico de Lady Windermere en el Teatre Nacional de Catalunya, es porque aún queda una cierta gracia en los diálogos, en las frases brillantes, en los aforismos, en las máximas, aunque la mayoría suenan a gastados por haberlos oído mil veces. ¿Tiene algún sentido volver a estas obras?, ¿un teatro público puede gastar su limitado presupuesto en obras de este tipo, o debe dejar, más bien, que sea el teatro comercial el que las monte? La intriga y las situaciones dramáticas son nimias, ya no existe un público que pueda reconocerse, el puritanismo ha desaparecido o está recluido en ámbitos que no son de este siglo. Claro que siguen existiendo las mentiras, los prejuicios, la hipocresía, la doble moral, pero no dónde señala Oscar Wilde en esta obra, sino en otros campos donde quizá el público que llena esta sala no estaría dispuesto a que se lo mostrasen. La sociedad puritana del Londres victoriano acabó por encerrar en la cárcel y destruir psicológicamente a Oscar Wilde, los espectadores actuales, que aplauden y sueltan alguna lagrimilla, cultivan otro tipo de puritanismo, los mismos espectadores que rehuyen las obras de Boadella, por ejemplo. Ni siquiera el vestuario, más hippie que lujoso, más de una fiesta de los setenta que de
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