martes, 29 de mayo de 2007

Conjeturas de un sable

En un perdido cementerio de Carnia, región fronteriza entre Austria, Italia y Eslovenia, un día de 1957, tres oficiales alemanes abren una tumba que guarda los restos de un militar de la segunda guerra mundial y se los llevan. La noticia sale en un periódico de Trieste. Un anciano cura reconstruye en un informe su antigua misión a aquel lugar para dar cuenta de sus investigaciones y dejar el relato en los archivos diocesanos. La leyenda y los estudiosos no se ponen de acuerdo sobre la identidad del inhumado.

Las páginas de esta novela avanzan conforme a una estructura parecida a la de las muñecas rusas. Un personaje tras otro llevan al cura relator hasta Verzegnis, el pueblo que un viejo general cosaco convirtió en los últimos días de la guerra en su corte y donde amistó con el cura del lugar. Pero no será éste, sino su sacristán quién ponga al corriente al investigador sobre aquellas conversaciones. La figura que va emergiendo de la confusa y enredada memoria es la de Krasnov, el general cosaco que se dejó engañar por los nazis para combatir a los rusos, con la imposible promesa de reconstruir la patria cosaca en los Alpes italianos. Antes, en el periodo de entreguerras había sido prolífico autor de novelas históricas.

Los cosacos más que un pueblo son un ente de leyenda construido por la literatura. Aliados con los zares contra los tártaros, de los bolcheviques contra el zar, del general blanco Kornilov contra los soviéticos, en la guerra civil del 18, y ahora de los nazis contra Stalin, fieles a la leyenda de indómitos, independientes y montaraces, fueron una y otra vez engañados, pues ninguno de sus aliados hizo nada por devolverles la patria. En todas esas aventuras participó Krasnov. En el último episodio de su tragicómica historia, perdida la guerra mundial, se entregaron a los británicos con la esperanza, y la falsa promesa, otra vez, de no caer en manos de los vengativos rusos. Los británicos separaron a los oficiales de los soldados e hicieron que aquellos se reunieran junto al Drava. Los cosacos vieron al otro lado del río a sus enemigos, así que ataron grandes piedras a sus caballos y con ellos se sumergen en el Drava.

Antes de la partida de los oficiales hubo un ajuste de cuentas. La víctima, un oficial, fue enterrado con premura en aquella tumba de Carnia. La leyenda, que goza del mayor crédito, dice que era el general Krasnov; los estudiosos de universidades extrajeras, que era otro el general, al que se castigaba por una oscura traición. El cura, acabando su relato, afirma que el general cosaco no habría muerto con honor en el Drava, junto a sus compañeros, sino ajusticiado en los lúgubres sótanos de la Lubianka.

El modelo de Claudio Magris es Borges. Le gusta su concisión, sus temas, sus paradojas. (“El artículo describía el día tórrido, el valle encajonado entre montañas, el muro blanco del cementerio, la sombra que la árida pared del monte arrojaba sobre el muro y el ruido incesante de una cascada”) Pero el impulso en inverso, Borges se inventa historias presentadas con el andamiaje de la filología o de la historia para revelar detalles del drama humano, Magris rescata sucesos reales de su memoria erudita y los presenta con el aparato de la retórica literaria para mostrar la ambigüedad de los hechos contados y la fragilidad de la memoria. Esta novelita es anterior a El Danubio, aún no pesan sobre él la fama y el afán por mostrar su enorme erudición, por eso es lo que más me ha gustado de lo que de Magris he leído.

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