Algo que perduró después del estalinismo y, por supuesto, no tan grave como las purgas de Moscú o los campos de Kolima, fue la corrupción moral, la traición de los intelectuales que cuando se pusieron al lado del comunismo entregaron sus conciencias. Durante algún tiempo Orwell y unos pocos más lucharon en solitario, pero poco pudieron hacer por la degradación de la izquierda que no supo condenar sin paliativos la represión de De todo eso va la reciente recopilación de ensayos de George Orwell, Matar a un elefante y otros escritos, (Turner/Fondo de Cultura Económica). Orwell vivió poco (1903-1950), pero presenció en primera fila los grandes acontecimientos del siglo. Una vez le dijo a su amigo Arthur Koestler: "La historia se detuvo en seco en 1936", con ello quería decir que los periodistas, historiadores y políticos se declaraban leales a su ideología política antes que a la verdad. Escribe “en España, por primera vez vi reportajes de prensa que no guardaban ninguna relación con la realidad, ni siquiera la relación que se sobreentiende en una mentira normal y corriente”. El totalitarismo se muestra con crudeza y exige una entrega total, sin duda.
Muchos intelectuales que habían militado en el estalinismo no le perdonaron su integridad de los años duros, época en que la mayoría tomaba partido. Un buen ejemplo es el asunto del nobel Claude Simon que Christopher Hitchens trata en La victoria de Orwell. En el libro que probablemente le valió el premio, Las geórgicas, Simon arremete contra Orwell desde el propio tít
ulo -por George- hasta decir que su versión de la guerra civil española -Homenaje a Cataluña- había sido “inventada desde la primera frase”. Simon dedica una buena parte de su novela a intentar demostrar de modo obsesivo que Orwell no había presenciado lo que contaba. Evidentemente Simon no corrió ningún peligro en la guerra de España, miembro del Stalintern, el otro nombre para el Komintern, mientras Orwell, enrolado junto a los militantes del POUM, tuvo que salir pitando de Barcelona y escapó por los pelos de los agentes rusos que habían torturado y acabado con la vida de Andreu Nin. Una prueba del carácter y de las pretensiones de uno y otro está en el estilo de sus obras. A pesar del nobel, Claude Simón es abstruso, el lector se enfrenta a su obra como Sísifo a su piedra; Orwell creía, por el contrario, que hasta las personas más simples pueden detectar la mentira, por eso escribía claro y distinto.

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