Es lo que ocurre ahora con esa actitud que encontramos en políticos y periodistas cuando tratan el caso de De Juana Chaos, donde toda objetividad parece imposible (como con Maruja decíamos ayer, “Nunca he sido objetiva, pero creo que mi subjetividad es muy honesta”). Unos tiñen el caso del negro color del luto de las víctimas (réditos electorales), otros esperan convertir los despojos de este hombre, asesino de 25 personas, en héroe si vuelve a casa y en mártir si muere en el intento (réditos electorales), y los terceros en discordia, haciendo un arriesgado cálculo, esperan obtener más réditos electorales si el caso desbloquea de nuevo el llamado proceso. La mirada fría y racional que cabría esperar se oculta bajo espantajos emocionales que consiguen convertir un caso judicial y/o psiquiátrico en cabecera de periódicos e informativos.
jueves, 1 de marzo de 2007
Minoría de edad permanente
En algún momento de la lucha histórica del movimiento obrero contra la opresión y la injusticia se pasó de la ilustración al romanticismo. En los primeros tiempos, tanto Marx como Bakunin, por no hablar de los socialistas utópicos, el objetivo era convencer racionalmente a los obreros de lo justo de su lucha y de la necesidad de organizarse para hacer frente al enemigo común. Pero las cosas cambiaron. Entre Marx y Lenin hay un mundo. El primero aporta un montón de datos y razonamientos para que su lector se informe, reflexione y tome conciencia, el segundo sólo confía en un puñado de revolucionarios que den el golpe y dirijan a las masas, de las que sólo se espera adhesión incondicional. Desde entonces se favoreció el enganche emocional al movimiento o a la causa, despreciando a los dubitativos o a los que preferían pensar por sí mismos. La literatura socialista o comprometida, el cine político a lo Eisenstein, los cartelistas, los profesores de historia aceptaron aquellas directrices que consideraban al espectador un niño al que había que atraer emocionalmente. Un ejemplo de esos tiempos en que se sustituyo la razón por el sentimiento es este cuadro, donde a la firme voluntad de los manifestantes acompaña esa mujer con niño cuyo objetivo es la conmoción sentimental. Desde entonces ese mal se extendió a la publicidad que nos vende objetos de consumo envueltos en símbolos superfluos pero atractivos y a la propaganda política que trata a los votantes como si fuesen fans de un club de fútbol. Ambas han mantenido a consumidores y ciudadanos en una minoría de edad permanente.
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