viernes, 9 de febrero de 2007

Fragonard en el Caixaforum

Por qué deberías visitar la expo de Fragonard si no lo has hecho ya. Primero porque están a punto de cerrar las puertas y segundo porque es uno de los pintores más interesantes de su época. Es cierto que no han traído grandes cuadros, aún así hay los suficientes como para tener una visión, como ocurre en general con todas las exposiciones monográficas, sobre lo que el pintor fue y, en este caso, sobre lo que pudo haber sido. Los primeros cuadros nos muestran un pintor vitalista, lleno de entusiasmo, con cuadros con colores vivos, algo pastel, dispuesto a aprender y a hacerse un nombre propio entre los Watteau, Rigaud, Boucher o Chardin. De su gran obra, premio Prix de Rome, poco se puede decir porque las dos copias que nos muestran no valen gran cosa. Lo vemos después en Roma aprendiendo de las ruinas y de los pintores del pasado (sanguinas con copias de Velásquez, Miguel Angel y pintores del renacimiento) y volviendo de Italia muy influido por Tiépolo. En especial son interesantes sus diálogos de pintor con los holandeses Ruysdael, Fabritius o el propio Rembrandt. Ya ahí se ve la tensión entre la densa pincelada barroca de los originales y la suya que pugna por soltarse en unas copias a veces más impresionistas y a veces simplemente fallidas, porque se ve el cansancio que le produce llegar hasta el final. El periodo más interesante de Fragonard es aquel en que traba amistad con banqueros y aristócratas como l’Abbé de Saint-Non, a los que les decora sus palacios y del que la muestra nos trae unos cuantos retratos de esos que el decía pintar en una hora, pincelada suelta, sueltísima diría yo, colores vivos, composiciones originales. No es exagerado decir que preludia a los impresionistas. Era el momento de esplendor de la Pompadour. Pero desgraciadamente no estaba la sociedad francesa preparada para ello, al contrario, los encargos que la favorita de Luis XV, madame Du Barry, le hace para su casa de Louvenciennes, se saldan con un fracaso. La favorita le despacha por un mediocre pintor pero que estaba más puesto a la moda del nuevo clasicismo. Fragonard no se repone del golpe y, a partir de ese momento, se entrega con no mucha convicción a obras de encargo. Muy mediocres son las obras de género, bucólicas, pastoriles y especialmente las de temática religiosa, así como los retratos burgueses que ejecuta a medias con su cuñada en un estilo antiguo y nada atractivo. De vez en cuando reaparece la chispa, especialmente en temas erótico festivos, al gusto de la época de los libertinos, como en el Beso Robado, pero eso ocurre pocas veces.

De todos modos faltan sus mejores cuadros, aquellos en que da gusto a la sociedad galante y libertina de los años anteriores a la revolución francesa, esos cuadros sensuales, voluptuosos, llenos de colores cálidos, de mujeres semidesnudas en medo de una naturaleza domesticada. Fragonard, Grasse (1732) - París (1806), tuvo la desgracia de llegar demasiado tarde al barroco francés, de brillar brevemente durante el periodo rococó de la Pompadour y de tener un gusto ya formado como para aceptar el nuevo estilo clásico. Eso le costó vivir en penuria sus últimos años, relegado al olvido y acogido a la caridad de David, el Petronio de la nueva era, que le encuentra un empleo en el Servicio de Museos.

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