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Qué envidia de los intelectuales franceses, raudos para sublevarse contra la injusticia o la necedad, como contraste con nuestros silenciosos creadores de opinión ocupados en la banalidad. "El silencio es la victoria de los extremistas", dicen en una carta al diario Liberation, para apoyar al redactor jefe de France Soir, despedido por su director y a Charlie Hebdo, procesado judicialmente por haber publicado unas caricaturas de Mahoma. El semanario satírico fue denunciado pos la gran Mezquita de París y otras organizaciones islámicas francesas.
La carta dice no entender como se puede perseguir por "injurias" una portada en la que se representa a un Mahoma desbordado por integristas, a los que desautoriza ("es duro ser amado por capullos"), cuando lo que Cabu, el humosita de Charlie Hebdo, pretende con ella es "precisamente mostrar a un Mahoma que no se solidariza con los integristas". Esto desata la "confusión", sobre todo porque la demanda se realiza contra "un periódico que combate desde siempre tanto el racismo como el integrismo". Y añade: "Nosotros rechazamos esta amalgama, facilitada por la utilización abusiva de la palabra islamofobia, consistente en confundir la crítica legítima del extremismo y el terrorismo que instrumentaliza los símbolos del islam con el racismo hacia individuos de religión musulmana".
Recuerdo la tristeza que me produjo la mudez aquellos días de los caricatos españoles, casos de Forges y de Máximo en El País, y de los intelectuales, salvo honrosas excepciones. Si su silencio se hubiese generalizado en Europa, como dice la carta, habría firmado la victoria de los extremistas. La carta está firmada entre otros por la escritora Taslima Nasrin; el secretario general de
Nota al pie. 1. El llamado Consejo de la Juventud de Euskal Herria denunció el pasado jueves en la Cámara vasca la sentencia que declara terrorista a Segi, pero se negó a opinar sobre el atentado de Barajas porque las víctimas no eran vascas.
2. El Ayuntamiento de Lleida ha decidido retirar la medalla de oro de la ciudad que le fue concedida a Franco en 1941. O sea, 32 años después de la muerte del dictador.
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